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GUÍA POLÍTICAMENTE INCORRECTA DE LA CIENCIA

Otra vez será

Créanme. Nada me gustaría más que creerme a pies juntillas algunos capítulos de este libro. Y es que, desde la mera formulación de su título, ya rezuma un espíritu provocador, atrevido, contra la corriente imperante en los medios, valiente. Uno no pude evitar aprovisionarse de cuantos argumentos tiene a su alcance para combatir la vacuidad de las alarmas pseudoecologistas, la ñoñería de los lugares comunes sobre el desarrollo sostenible, la clónica repetición de los ataques al progreso tecnológico, la obsesiva alusión al cambio climático como causante de todos los males imaginables.

Créanme. Nada me gustaría más que creerme a pies juntillas algunos capítulos de este libro. Y es que, desde la mera formulación de su título, ya rezuma un espíritu provocador, atrevido, contra la corriente imperante en los medios, valiente. Uno no pude evitar aprovisionarse de cuantos argumentos tiene a su alcance para combatir la vacuidad de las alarmas pseudoecologistas, la ñoñería de los lugares comunes sobre el desarrollo sostenible, la clónica repetición de los ataques al progreso tecnológico, la obsesiva alusión al cambio climático como causante de todos los males imaginables.
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La obra de Bethell parecía un buen arsenal de datos para este fin: accesible, breve, agresiva, amena.
 
Pero tras su lectura me queda esa sensación pareja a la del padre que observa como su hijo no ha dado la talla en la final de atletismo del colegio, a pesar de haber acudido al acto como favorito. Le sigues queriendo, le animas a que no desfallezca, lo arropas. Pero vuelves a casa con una amarga sensación de "otra vez será".
 
Bethell atina con soltura en muchas de sus apreciaciones: los capítulos dedicados al cambio climático y la energía nuclear, por ejemplo. Pero conmueve la ligereza con la se despechan otros asuntos, cuando no el error de planteamiento, directamente.
 
 Su tesis es conocida por los lectores de Libertad Digital. En el mundo de la ciencia se ha instalado una dolorosa molicie a la hora de debatir. La falta de confrontación de opiniones hace que se asuman como valores universales postulados que no dejan de ser modelos sin categoría de ley infalible. Es posible que muchas de las cosas que el común de los mortales sabe sobre ciencia no sean tan ciertas como creemos.
 
El arranque es parcialmente válido. Porque es cierto que la fascinación por el conocimiento científico llega al gran público a través de los homogeneizadores, veloces, perezosos y superfluos titulares de los medios de comunicación, pero no es menos cierto que la ciencia tiene muy poca culpa de ello.
 
El autor no distingue entre el corpus científico y la imagen que éste arroja a través de los medios. En un titular no cabe un postulado. Por eso, la ciencia de los titulares, la del gran consumo, no es una imagen de la ciencia real.
 
Bethell juzga a la ciencia por su imagen, no por su espíritu. Si lo hubiera hecho de otro modo, habría reparado que no hay estructura de pensamiento menos democrática y, por tanto, menos dada al consenso que la ciencia. En ciencia no rigen las mayorías, en ciencia nadie posee la verdad. La doctrina científica sólo tiene valor en tanto se somete al control de toda la comunidad, deseosa de buscarle las cosquillas, derogarla, desmostrar su error, falsarla. No hay nada menos políticamente correcto que la ciencia.
 
Lo que Bethell pretende denunciar es el mal uso de la ciencia, la proyección científica del pensamiento políticamente correcto en lo social, lo político y lo ideológico. Lo que Bethell habría de haber advertido es que la falacia del multiculturalismo, la perversión del ecologismo a ultranza, la vacuidad del pensamiento único, la memez del alianzacivilizacionismo tiene los tentáculos muy largos, tan largos que, en ocasiones, se apoderan del pensamiento científico. Pero lo que termina logrando es un ataque frontal a la ciencia que acaba situando al libro en el mismo estrado ideológico de los que se ensañan con el progreso desde el ecologismo o la progresía mal entendida.
 
Cuando navega en los terrenos del clima y de la energía nuclear, el autor sí realiza la pertinente diferenciación y nos nutre de datos objetivos para defendernos de los lugares comunes esgrimidos por los lobbies antinucleares y animalistas.
 
Pero cuando abre el foco de su argumentario, se producen tristes patinazos
El capítulo dedicado al evolucionismo es un tiro en falso. Los argumentos utilizados no aportan gran cosa al debate y la selección de los "grandes espadas" del diseño inteligente es reveladora. Hace pasar por un "prestigioso evolucionista" a quien en realidad es un abogado de retórica envidiable que recorre el mundo defendiendo el creacionismo. Y elige a voces demasiado obsoletas y conocidas para servir de defensores de Darwin. Se nota un inevitable sesgo selectivo en las citas. Cada voz autorizada está elegida en función de un objetivo premeditado: servir al plan de la obra, sembrar dudas sobre el evolucionismo.
 
No es este espacio el adecuado para defender la teoría de la evolución de cuya valía como modelo científico nadie que ame la ciencia duda. Pero sí es espacio para advertir de algunas inconsistencias del libro de Bethell en este terreno.
 
Las fuentes utilizadas son en un porcentaje abrumador fuentes mediáticas. Son referencias de segunda o tercera categoría: recortes de presa, titulares, declaraciones, libros de divulgación popular. No hay citas de journals de prestigio, extractos de publicaciones de alto nivel de impacto científico, invocaciones a autoridades académicas reconocidas salvo contadas excepciones.
 
De manera que se vislumbra un pequeño problema de credibilidad. Al menos para los lectores más exigentes.
 
Yo soy de los que creen en el principio de Hume: "a afirmaciones extraordinarias, pruebas extraordinarias". Construir un libro sobre la base de que la ciencia es un saco de lugares comunes, cuando no mentiras; que lo que sabemos sobre el cáncer, el sida, la evolución, las células madre… puede no ser cierto, requiere un aparato probatorio más complejo que el empleado por Bethell.
 
Con estas limitaciones, la obra se queda en un intento de toma de postura ideológica donde la posición moral del autor ante la vida tamiza todo comentario. Es demasiado evidente el "diseño inteligente" que habita detrás del libro. Y, he de reconocerlo, no megusta. Y no porque no suscriba buena parte de las tesis, sino porque los argumentos, en ocasiones, me parecen febles. La falta de profundidad puede confundir al lector que se creerá ante un libro de claro propósito anticientífico. A buen seguro esa no es la intención del autor.
 
La obra, a fuerza de querer ser divulgativa, terminará convenciendo a los que ya están convencidos y no aportará mucho a los lectores que desean salir de la dictadura de lo políticamente correcto pero por la puerta grande de la solidez argumental y el máximo respeto al valor universal del desarrollo científico, en todas sus expresiones.
En fin, otra vez será.
 
Tom Bethell:  Guía políticamente incorrecta de la ciencia. Ciudadela, 2006.
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