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SEMBLANZA

Pablo y la berza

Hacia finales de los 50 me invitó el poeta José Hierro a dar una lectura poética en el aula que él dirigía en el Ateneo de Madrid. El público fue no sólo numeroso, sino selecto, y en el turno de ruegos y preguntas me preguntó Hierro que cuáles eran los poetas que yo prefería de la generación anterior a la mía, o sea, la suya. Contesté sin vacilar que Blas de Otero y Pablo García Baena.

Hacia finales de los 50 me invitó el poeta José Hierro a dar una lectura poética en el aula que él dirigía en el Ateneo de Madrid. El público fue no sólo numeroso, sino selecto, y en el turno de ruegos y preguntas me preguntó Hierro que cuáles eran los poetas que yo prefería de la generación anterior a la mía, o sea, la suya. Contesté sin vacilar que Blas de Otero y Pablo García Baena.
Pablo García Baena.
Intervino entonces Gabriel Celaya para decirme que no entendía cómo me podían gustar a la vez poetas tan distintos; que lo de Otero lo entendía, pero que García Baena era en poesía algo así como Emilio Salgari, entretenido pero sin interés. No recuerdo ya con qué argumentos me empeñé en defender mi postura. Celaya era la cabeza visible de lo que dio en llamarse la "literatura de la berza", y muchos años después, en los 80, cuando habían pasado lo menos treinta de aquella lectura mía, aludía Pablo en una tercera de ABC a una conversación con Hierro frente a un campo de coles y en que le decía que ambos habían sido de la "literatura de la berza".
 
Esta concesión paulina encerraba un amable equívoco, y es que las berzas de que hablaba Pablo eran aquellas coles azules sobre la tierra roja, mientras que las berzas de Hierro, Celaya y Otero eran las que hervían en el puchero del proletariado. Berzas como las de Pablo debió de cultivar don Luis de Góngora en aquella huerta que tenía a las afueras de Córdoba, en cuya flora y avifauna señalaría Pablo la transfiguración gongorina de la naturaleza en el Polifemo. Y fue Góngora precisamente uno de los caballos de batalla en aquellos años, en que se pretendía conmemorar el cuarto centenario de su nacimiento. Y fue precisamente Hierro uno de los que juzgaron inoportuna dicha conmemoración, al decir que Góngora era champán y que lo que en ese momento hacía falta era un tinto que se adecuase a la realidad de nuestra sardina.
 
No hay que decir que era muy otra la opinión de los poetas cordobeses, y, expresáranla o no, a ella, y al hecho de no querer subir a la corte a ser "tenores de moda", debieron esa marginación a que los condenaron los de la berza en el puchero. Y es que en ese puchero hervía una ideología muy militante, una ideología a la que precisamente Pablo no le hacía muchos ascos, como demostró en aquel poema sobre los atropellos urbanísticos en la Córdoba de entonces que dedicó a su amigo Castilla del Pino. Pero aun así Pablo no abjuró de su gongorismo radical, y aun en ese poema, donde más que la severidad sermonaria de Cernuda está la retórica desbocada de Aleixandre, no hizo Pablo más que echar a aquella olla podrida una de las azules coles de la huerta de don Luis.
 
José Hierro.Yo conocí personalmente a Pablo en el verano del 51 en el Casino Gaditano, en un concierto de José Cubiles, y luego le oiría leer poesía por vez primera en ese mismo otoño en el sevillano Club La Rábida, en el que compartió cartel con Ricardo Molina y Julio Aumente. Aún me suena en el oído, como en una caracola, aquel verso en que llama a la Luna "azor de la nocturna cetrería". Seguirían muchos años de fidelidad en la amistad y en la poesía que nada ni nadie lograría empañar.
 
Reconstruir todos esos años, muchos de los cuales pasé yo en el extranjero, daría para muchos libros, y de hecho no faltan algunos en los que aparece la figura de Pablo, ya sea en el entierro de Juan Ramón, en el homenaje a la Niña de los Peines, en el suyo del Alcázar de los Reyes Cristianos, en el de Cernuda en el Alcázar de Sevilla, y no hablemos de documentos gráficos en Córdoba, en Málaga o en Sevilla. No hablemos tampoco de las revistas en las que convivimos: Cántico, Insula, Platero, Caracola, ni de todos los amigos poetas o pintores que tan próximos nos eran y nos irían dejando: Ricardo, Quiñones, Del Moral, Vicente Núñez y últimamente el propio Hierro.
 
No voy a hacer aquí un análisis de esa poesía que tanto me acompaña y sobre la que todo lo ha dicho ya, y con gran discernimiento, Fernando Ortiz. Sólo diré que es la suya una poesía para todas las estaciones: desde ese juvenil erotismo de fines de primavera hasta esas fiestas hogareñas de castañas asadas y frutos de sartén de sus gozos navideños. Aun así, no tengo más remedio que decir algo sobre aquella parte de la inmensa y densa obra de Pablo con la que estoy más en sintonía, una obra en la que me reconozco y le envidio cordialmente, y es la que se centra en torno al libro Antiguo muchacho, en uno de cuyos poemas, 'La Huerta de la Cruz', pensaba muy probablemente Pablo en la conversación anteriormente referida: "Las coles, ostentan orgullosas / la pompa de sus hojas de un morado litúrgico…"
 
Y es que ese libro no sólo me devuelve en cierto modo la infancia, también unos años de juventud, la mía y la de otros poetas, pues hay otro poema en ese libro, 'El puesto de la leche', detrás de lo que escribí sobre la boda de Fernando Quiñones en Grandes faenas. Son muchos los momentos felices que ese libro evoca para mí, momentos felices vividos con los poetas de mi tiempo. Por ejemplo, cuando leo 'El Corpus' no puedo menos de pensar –"Recuerdo aquel aroma de las hierbas pisadas…"– en un Día del Corpus en Sevilla camino de Moguer de la Frontera, cuando, como también he referido, Pablo, Fernando y otros poetas y amigos, llegados de Madrid y de Córdoba, acompañamos a Juan Ramón y Zenobia a su última morada.
 
Hay otro Antiguo muchacho, que es el que cierra esa joya que es los Gozos para la Navidad de Vicente Núñez, y en el que seguramente se fijó Fernando Ortiz para señalar en Pablo una influencia de Agustín de Foxá, poeta por el que siento una especial dilección.
 
En una velada poética incluida en los actos del centenario de Cernuda tuve la ocurrencia de improvisar una lectura antológica sobre el tema de España, que por activa y por pasiva tanto explotaron los poetas de la berza; para evitar que éstos se quedaran con la parte del león, busqué versos en otros ambientes: Alberti, Vallejo, Muñoz Rojas, Ridruejo, Pablo García Baena. Naturalmente, esta "improvisación" era premeditada y alevosa, pero lo que yo no podía premeditar, por mucha alevosía que le echara al lance, era la inopinada presencia entre el público de Pablo, algunos de cuyos versos tuve la satisfacción de leer.
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