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TOUTES LES CIRCONSTANCES...

Paseando con Paseyro

El otro día, buscando un libro en mi desordenada biblioteca, me encontré con otro: Árbol en ruinas, unos poemas de Ricardo Paseyro publicados por Índice en Madrid y en 1961, con una irónica dedicatoria que hacía referencia a nuestras acaloradas discusiones políticas y literarias de entonces, cuando colaborábamos en una tertulia literaria de las emisiones en español de la RTF, junto a Jorge Edwards, Mario Vargas Llosa, Jean Supervielle y José María Madern.

El otro día, buscando un libro en mi desordenada biblioteca, me encontré con otro: Árbol en ruinas, unos poemas de Ricardo Paseyro publicados por Índice en Madrid y en 1961, con una irónica dedicatoria que hacía referencia a nuestras acaloradas discusiones políticas y literarias de entonces, cuando colaborábamos en una tertulia literaria de las emisiones en español de la RTF, junto a Jorge Edwards, Mario Vargas Llosa, Jean Supervielle y José María Madern.
Él era ya un anticomunista furibundo y yo un híbrido, sólo antisoviético. Nos volvimos a ver durante años, pero hace mucho nos perdimos de vista, y me entró, con añejas nostalgias, curiosidad por saber qué era de su vida. Como no figuraba en la guía de teléfonos, y como no tengo ordenador, le pedí a un amigo, vecino y actor, buscarle por internet. Y lo encontró, claro. Le escribí, y me ha contestado de la mejor manera para un escritor, enviándome su último libro, recién publicado, aun caliente como un croissant matutino: es de mayo de 2007.
 
He leído con placer Toutes les circonstances son aggravantes, y lamentado que concluya en 1980, porque muchos son los acontecimientos ocurridos durante estos 27 años; pero tal vez esto anuncie, sencillamente, un segundo tomo. Con placer, digo, porque es una obra sumamente entretenida, interesante, repleta de anécdotas, viajes, libros, personajes y tragedias, escrita en un francés elegante (por lo general, escribe su prosa en francés y su poesía en español) y con una mala uva tan regocijante como supina: no deja títere con cabeza, ni se inmuta ante la fama o el poder, entra a degüello. Paseyro se mofa de esos dichos conformistas que veían al Líbano como la Suiza del Oriente Próximo y al Uruguay como la Suiza de América Latina y afirma que la única Suiza es... Suiza. Y los hechos le dan la razón.
 
Nacido en Montevideo en 1925, a los cinco años acompaña a su madre a visitar a su padre, diputado y periodista liberal detenido por la dictadura en la Isla de las Flores (no se confunda del todo con la de los Pinos). Y se creía que Uruguay había evitado, hasta la locura de los montoneros y los militares, el ciclo de dictaduras, tan frecuente en tantos países latinoamericanos. Adolescente, Paseyro ingresa en el PC uruguayo, y enseguida tiene como obsesión participar, con la delegación uruguaya, en el "Congreso de la Paz" soviética que tiene lugar en París, Salle Pleyel, en 1949. En realidad, lo que desea es conocer París, ciudad que ha fascinado a tantos, no sólo latinoamericanos.
 
Su militancia comunista será breve, y además no será militancia en el sentido leninista; fue, como para muchos intelectuales, una actividad mundana, de relaciones sociales y "comunicación", que le llevó a ser secretario –y hasta ocasionalmente chófer– de Pablo Neruda, lo cual le permitió conocer y lógicamente odiar al poeta, a quien ha dedicado críticas feroces y un libro, Le mythe Neruda (L'Herne, 1965).
 
Pronto se harta de los PC, sobre todo porque no se traga el "realismo socialista" y la "estética" de Jdanov. Desde su estancia en París, en 1949-50, no cesa de viajar, haciendo la vuelta al mundo en 80 días como la vuelta al día en 80 mundos. No hablaré de sus viajes, no porque no tengan interés, y además están contados con salero, repletos de anécdotas, incidentes (como la reyerta a puñetazos con el cónsul sirio en Beirut), referencias culturales y artísticas, así como históricas y políticas, porque Paseyro se las sabe todas. Bueno, digamos casi todas... por si las moscas.
 
Comparto, eso sí, su profunda antipatía por los dictadores, trátese de Castro como de Perón, y no hablemos del ayatolá Jomeini (el desaparecido diario L'Aurore le envío a Irán en los momentos de la "revolución islámica", allá por los años 1974). En cambio, es infinitamente menos crítico que yo con Francisco Franco, como se demuestra en el libro que publicó en 1976: L’Espagne sur un fil (yo lo traduciría por "España en vilo"), en el que considera que, tras la muerte del caudillo, España se enfrentaba al riesgo de dos dictaduras opuestas: la comunista o la militar. En éste su último libro hace referencia a esa opinión, pero corregida por la distancia y los hechos, porque si bien hubo una torpe intentona golpista, el Tejerazo, el PCE ya no era capaz de ganar siquiera tres elecciones municipales, salvo en Córdoba. Esto demuestra, sencillamente, la eficacia de la propaganda comunista, que logró presentar al PC como el más potente y hasta el único partido antifranquista de izquierdas. Y no sólo Paseyro se lo creyó: se lo creyeron todos, hasta Mitterrand.
 
Cuando comencé a leerlo, me decía para mis adentros que, cuando nos volviéramos a ver, ya no tendríamos tantos motivos de discusión como antaño. Pero no tardé en salir de mi error; y es que no comparto muchos de sus juicios a l’emporte-pièce. Daré sólo algún ejemplo, porque si no sería necesario un número especial. Así, no le sigo cuando afirma que Octavio Paz era un poeta horrendo; ni cuando declara que Alberti (¡madre mía!) es el mejor poeta de su generación, mejor que García Lorca; ni cuando condena el surrealismo a las llamas eternas: eso sí, los surrealistas fueron un desastre político, pero artísticamente no todo lo que hicieron fue malo. Esas contradicciones existen.
 
No entiendo su admiración y simpatía por José Bergamín, que conocí desde niño, y que si tenía su gracia, fue un monstruo. No te olvides, Ricardo, que escribió que él, como católico, exigía que se fusilara a todos los dirigentes del POUM, y que murió en San Sebastián para estar cerca de ETA. Tampoco comparto su odio por Le Corbusier; a mí el arquitecto que me horripila es Jean Nouvel.
 
En cambio, le aplaudo cuando escribe, por ejemplo: "Lo peor de Sartre fue Simone de Beauvoir". Entre los escritores que admira, y son muchos, están Cioran y Henri Michaux, y además trabó amistad personal con ellos. Yo no conocí a Cioran, y aunque le he leído, no me convence un pesimismo tan radical, metafísico y profundo; sólo tiene dos respuestas: el silencio o el suicidio, el resto es "literatura". Si también admiro a Michaux como escritor (sus dibujos, mucho menos), las pocas veces que le vi me resultó tan antipático como engreído.
 
Como si estuviéramos sentados los dos en la plaza de una aldea del altiplano castellano, con nuestras boinas y nuestros bastones, le diré a Ricardo, tranquilamente, que sus vehementes parrafadas contra el progreso, cualquier forma de progreso: vanguardias artísticas, desarrollo económico e industrial, nuevas tecnologías, televisiones, nuevas urbanizaciones, energía nuclear, etcétera, incluso cuando no todo lo que afirma lo considere yo falso, me parecen una divertida provocación. Pero para mis adentros, y sin que se entere, opino que muchas manifestaciones de anticonformismo se limitan a ser un conformismo diferente y más sectario, y podemos concluir que on est pas sortis de l’auberge.
 
Gracias por tu libro, y esperemos sol en la plaza.
 
 
RICARDO PASEYRO: TOUTES LES CIRCONSTANCES SONT AGGRAVANTES. Editions du Rocher (Mónaco), 318 páginas.
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