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HAFFNER Y ALEMANIA

Pecados capitales

"No es cierto que los disparos de Sarajevo provocaran la Primera Guerra Mundial. Los disparos de Sarajevo no provocaron nada en absoluto", afirma Sebastian Haffner en el comienzo del segundo capítulo de Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial. El inicio del anterior es igualmente tajante: "El primero de los grandes errores que cometió Alemania fue, para empezar, provocar la Primera Guerra Mundial, y eso es exactamente lo que hizo".

"No es cierto que los disparos de Sarajevo provocaran la Primera Guerra Mundial. Los disparos de Sarajevo no provocaron nada en absoluto", afirma Sebastian Haffner en el comienzo del segundo capítulo de Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial. El inicio del anterior es igualmente tajante: "El primero de los grandes errores que cometió Alemania fue, para empezar, provocar la Primera Guerra Mundial, y eso es exactamente lo que hizo".
España ha sufrido y sufre gobiernos de partidos que parecen pertenecer a países distintos. Y desde el desistimiento de la empresa imperial americana, pasando por la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, hasta hoy mismo, la idea de que la nación es permanente y posee intereses permanentes (doctrina Palmerston: "Gran Bretaña no tiene amigos permanentes ni enemigos permanentes, sólo tiene intereses permanentes"), que no pueden ni deben variar por muy diferentes que sean las políticas económicas, sociales y culturales en lo interior, resulta ajena a la clase política, con la honrosa excepción de José María Aznar, que intentó construir una política exterior coherente que fue arrasada tan pronto como Zapatero asumió la presidencia. Por eso se hace tan difícil explicar entre nosotros la insistencia de Alemania, Gran Bretaña o Francia en la defensa de su propia situación en el mundo.
 
Esa coherencia no siempre ha dado los frutos apetecidos, y en más de una ocasión ha precipitado guerras, errores de apreciación deletéreos y desastres varios, que han perjudicado más a otros que a sus propios responsables, pero tiene el mérito de haber generado recuperaciones asombrosamente rápidas y de haber permitido a los Estados que la sostuvieron la conservación de una posición dominante en el planeta.
 
El gran ejemplo europeo en este ámbito es Alemania, rectora en la UE después de haber provocado (y perdido) dos guerras mundiales en un siglo y de haber servido de partera a la URSS, todo lo cual da un resultado en muertos espeluznante, que se cuenta en decenas de millones, de los cuales sólo una parte proporcionalmente menor fueron alemanes: a la Shoah, es decir, al asesinato simple y llano, y no en campo de batalla, corresponden seis millones de judíos y varios más de homosexuales, gitanos, disidentes varios y gentes de otras naciones; sólo la toma de Berlín costó 100.000 soldados aliados, casi todos rusos; los bombardeos de Londres incorporaron a la lengua inglesa la palabra "coventrizar" tras el arrasamiento de Coventry, por mucho que se insista en mencionar el caso Dresde... La lista es interminable, pero la suma está alrededor de los 50 millones de personas, sólo en la Segunda Guerra Mundial.
 
De las raíces alemanas de todo este espanto se ha ocupado un alemán singular llamado Sebastian Haffner (1907-1999), de impecable trayectoria moral y política; tanto, que es el único que se ha permitido hasta la fecha criticar seriamente al Thomas Mann de las Consideraciones de un apolítico. Haffner se definió a sí mismo como una víctima aria del nazismo y emigró a Gran Bretaña en 1938. Casado con una mujer judía, hizo una larga carrera en el periodismo británico, en The Observer, y regresó tardíamente a su Berlín natal.
 
Detalle de la portada de una edición danesa de ANOTACIONES SOBRE HITLER.Es el hombre que mejor ha descrito la historia alemana del siglo XX. Sus Anotaciones sobre Hitler (Galaxia Gutenberg, 2002) son imprescindibles a la hora de plantearse los tal vez eternos interrogantes acerca del porqué del nazismo, además de un modelo de análisis histórico para cualquier campo. Su Historia de un alemán (Destino, 2001) supera con mucho cualquiera de los libros publicados entre nosotros de parecido título, porque no hay en él el menor amago de justificación y porque todas sus críticas son hijas de la razón, no de la ira ni del resentimiento. Muchas veces me he preguntado cómo llegó a vivir tantos años, más de 90, un hombre tan lúcido; cómo esa lucidez no acabó con él mucho antes. Su estudio Winston Churchill: una biografía (Destino, 2002) es el breve complemento ideal a la lectura del farragoso pero bien informado Churchill de Roy Jenkins (Península, 2002).
 
Lo más importante de la exposición de Haffner en Los siete pecados capitales no es su visión acerca de las torpezas del alto mando alemán en la Gran Guerra, torpezas que no fueron únicamente militares, pues el ejército tenía la última palabra también en materia política, por dejación de los implicados, sino el carácter global y constante de esas torpezas, que se repitieron con los nazis y forman parte del perfil alemán después de 1945.
 
No voy a extenderme aquí acerca de cuáles sean esos pecados reiterativos de la nación alemana, pero sí quiero citar un párrafo acerca de la contumacia germánica que puede servir como aviso a navegantes españoles, con todas las distancias del caso, habida cuenta del éxito alemán y del más que probable fracaso español, puesto que España, como casi todos los países y como casi todas las personas, tiende a tropezar infinitas veces con las mismas piedras.
 
Escribe Haffner:
 
"Tal vez en este caso la observación del presente de la República Federal de Alemania [aún no se había producido la reunificación] nos dé la clave para resolver el misterio del pasado imperial. La clave reside en la palabra 'tabú', un término que hoy en moneda corriente, pero que entonces no se conocía en el ámbito político. En la política alemana de aquel entonces y de hoy grandes aspectos de la realidad están 'tabuizados'. El acto de concebirlos o siquiera mencionarlos se consideraba y se considera impropio y escandaloso, y tuvo y tiene como consecuencia la exclusión automática de la comunidad. Como es sabido, en la época de Hitler se llegó tan lejos como para decapitar a quienes se les ocurriese reflexionar sobre una posible derrota alemana ni siquiera en privado [...] Toda la política alemana del siglo XX se ha basado y se basa en convertir en tabú todos los hechos que no resulten bienvenidos. De ahí se deriva esa pérdida del sentido de la realidad, al parecer incurable, de la que adolece la política alemana".
 
Sustitúyase cada referencia a Alemania y los alemanes por la correspondiente a España y los españoles y, si no se es demasiado tosco, algo se aprenderá.
 
Al menos, también hay que apuntarlo, ellos son coherentes y tabuizan siempre las mismas cosas, porque mantienen siempre los mismos intereses. Nosotros nos hemos alejado mucho más de la realidad, olvidando también los intereses permanentes, lo que nos lleva a no tener amigos y a cultivar la relación con nuestros enemigos tradicionales. Alemania ha sido siempre peligrosa para los demás y, como consecuencia, en ocasiones, para sí misma: ése el caso del apoyo a Lenin para que hiciera una revolución en el interior de Rusia que les quitara a los alemanes de encima el frente oriental; después, fueron incapaces de aparatarse de ese frente, por un lado, y de detener a tiempo a los bolcheviques, por otro, con lo que trajeron setenta años de stalinismo para todos y un país dividido durante casi medio siglo para ellos mismos. Los siete pecados capitales es una enorme lección.
 
 
vazquez-rial@telefonica.net
www.vazquezrial.com
 
Sebastián Haffner: Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial. Destino, 2006; 192 páginas.
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