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JAGIELSKI VERSUS WILK

Periodismos: con y contra Kapus

Wojciech Jagielski y Mariusz Wilk tienen en común la nacionalidad, los dos son polacos, y el oficio, los dos son periodistas. Pero se dedican a lo suyo de maneras bien distintas: si Jagieslki va de acá para allá, Wilk, como vaya, se queda. Si el primero se encomienda a Kapuscinski, el segundo le pone al santo patrón del reporterismo trotamundos dos velas negras.

Jagielski escribe un libro sobre sus idas y venidas por el Cáucaso, Un buen lugar para morir, y se lleva de premio una cuartilla de su mentor, el príncipe Ryszard, que arranca con unas líneas que parecen trasplantadas del Manual del Mercachifle: "Un libro magnífico. No os arrepentiréis de haberlo escogido. Se lee de un tirón". Y todos tan contentos, empezando por los de la editorial, que pueden lucir al gran Kapus por delante (la portada­) y por detrás (la contra). En cambio, Wilk escribe su Diario de un lobo sobre la vida y el tedio en las Solovki, "quintaesencia y (...) anticipación de Rusia", y a la hora de citar al autor de El Imperio se hace acompañar de Joseph de Maistre: "La mayor parte de lo que se ha escrito sobre Rusia en el extranjero tiene poco que ver con la realidad" y, para que quede cristalina el agua clara, remacha:
El proyecto de recorrer toda la Unión Soviética, de un extremo a otro, comporta el riesgo de que, al final, no se vea nada, en especial todo aquello que está en medio (...). Por ejemplo, la vida rural postsoviética, que ni siquiera aparece en El Imperio. El método de Kapuscinski es tan sencillo como un viaje turístico: un par de días en un sitio o en otro para hacer un capítulo-imagen de cada lugar recóndito como una diapositiva de recuerdo. Está claro que es un escritor excelente y las imágenes que nos ofrece son espléndidas, sólo que... ¿para qué? ¿Para hacer un cómic sobre el imperio?
(Y su editor, tan contento como el otro: como todo es bueno para el convento, igual y con un par cita al Kapus en la contra: Wilk es "un autor de culto ya encumbrado en una tradición polaca del reportaje con la que él guarda las distancias pero en la que destacan figuras como Kapuscinski").

Total, que no hay quien diga "tanto monta, monta tanto" cuando se trata de Jagielski y Wilk. Porque los suyos son dos periodismos muy distintos. El del primero es un periodismo picaflor, de urgencia y vaivén, a veces trepidante y en varios sentidos arriesgado. El del segundo, en cambio, requiere reposo: Wilk en las Solovki llegó, vio y permaneció; es el suyo un periodismo de decantación, de pasar el cedazo, que cuando puede fija.

Dos periodismos, sí. A los dos les pongo pegas pero me quedo con ambos, porque uno llega donde el otro ni se asoma, porque se corrigen y calibran; se complementan, que diría Maripuri al hablar de lo suyo con su amante, que es igual de tonto que ella.

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Jagielski nos cuenta en su libro historias del Cáucaso, esa franja de tierra entre mares de broma y cordilleras de espanto que soporta demasiada historia y vale su peso estratégico en oro (negro). "No hay muchos lugares en el mundo donde se hayan desencadenado tantas guerras", dice Jagielski. Es mucho decir; pero vamos, que sí, que ahí se ha matado a modo; ha dado hasta para, al menos, un genocidio, el de los armenios a manos de los turcos y los kurdos, que se odian caucasianamente salvo cuando se trata de exterminar cristianos. La leyenda asegura que fue en una de esas montañas formidables donde encadenó Zeus a Prometeo. Bien pudiera ser. Y hasta que el Arsuaga de turno desentierre por aquellos lares los restos de ese otro ancestro nuestro, el tal Caín.

El grueso de estas páginas tiene por protagonista a Georgia, tierra saturnal que devora a sus hijos, sobre todo y sin remedio a los que la gobiernan. Presten atención a las dedicadas al gris, viejo zorro Shevardnadzhe, al bandido Ioseliani, a los Gamsajurdia, Konstantín y Zviad: a éste lo criaron para ser lo que fue: el primer presidente de la Georgia independiente; pero murió en una aldeúca como un proscrito y lo enterraron en tierra extraña, de la vecina Chechenia: a día de hoy nadie sabe dónde reposan –seguro que no– sus restos. Y luego dirán que las tragedias son griegas. Dijo de él un paisano:
Me da lástima. Era un hombre débil e infeliz. Por lo visto le interesaban temas como el ocultismo, la magia negra y la parapsicología, y creía en la transmigración de las almas. Al parecer por eso le había dado a su partido el nombre de La Tabla Redonda-Georgia Libre; creía ser una nueva reencarnación del rey Arturo, y sus compañeros serían los caballeros de la Tabla Redonda.

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Del lobo Wilk podríamos decir lo que de Borges Bioy: que tiene capacidad para obsesionarse y que esa cualidad le viene muy bien para hacer lo que hace en estos pasajes del Mar Blanco: contarnos por lo menudo lo que pasó y pasa en las Solovki, con una prosa sobria y, uno de los peros, saturada de esencialismo, como el que se desprende de estos versos de Tiútchev, que fungen de atrio:
Es imposible comprender Rusia con la razón
o medirla con nuestra propia escala;
Rusia es otra dimensión:
en Rusia hay que creer.
Wilk escribe en, por, de, sobre las Solovki, "la frontera del mundo visible, la antesala del infierno, donde lo único que se oye es el jadeo del mar, el llanto, y un crujido de dientes", juraba en el siglo XII el arzobispo Vasili; una tierra de extremos donde a la gente lo mismo le da por hablar atropelladamente y sin pausas (cosas de la govoruja) que por ponerse a aullar "como un animal del bosque", presa de la niemuja.
Melnitsa solía decir que las Solovki eran un svalka ludei, un basurero humano. Igual que hace años el glaciar trajo consigo piedras, así hoy la vida arrastraba a este lugar todo tipo de desechos humanos: a los soñadores, a los idiotas, a los poetas, a los outsiders, a los fracasados, a los descarrilados, a los místicos, a los parásitos y a los fugitivos. La vida los azotaba, los maltrataba y los arrojaba cada vez más y más lejos de la corriente principal y mayoritaria, para que, un día, se despertaran... aquí, sobre estas piedras que sobresalen del mar Blanco. Entonces descubrirían sorprendidos que ya era imposible encontrarse más lejos, que estaban en el límite de todo. Unos empezaban a tener miedo, otros a beber en exceso y a otros se les aflojaban poco a poco los tornillos.
No, el diario del lobo Wilk no es para turistas accidentales ni curros de chanclas y cancunes. Es prosa documental sobre unas islas bellas pero inhóspitas y hostiles, gélidas, que escribieron la historia de la Santa Rusia y las primeras líneas del cruel Gulag; que padecieron los estragos del comunismo y, luego, los desmanes asociados a la dermokratia, de dermo, mierda, como lo oyen, el sistema preferido por el hijo de Putin, Vladimir Spiridonovich.


WOJCIECH JAGIELSKI: UN BUEN LUGAR PARA MORIR. HISTORIAS DEL CÁUCASO. Debate (Barcelona), 2009, 413 páginas. // MARIUSZ WILK: DIARIO DE UN LOBO. PASAJES DEL MAR BLANCO. Alba (Barcelona), 2009, 278 páginas.

MARIO NOYA, director de LD LIBROS. Pinche aquí para acceder al blog del programa.
 
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