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LOS ENIGMAS DEL 11-M

¿Pero quién demonios es Luis del Pino?

Fernando Múgica agitó las conciencias con el simple ejercicio de dudar. Planteó contradicciones lógicas, coincidencias imposibles y que había un exceso de casualidades en torno al más atroz ataque terrorista de nuestra historia. Su primera entrega de los Agujeros Negros supuso la dura demostración de que ni mucho menos había quedado clara la autoría de un atentado masivo perpetrado tres días antes de unas elecciones generales.

Fernando Múgica agitó las conciencias con el simple ejercicio de dudar. Planteó contradicciones lógicas, coincidencias imposibles y que había un exceso de casualidades en torno al más atroz ataque terrorista de nuestra historia. Su primera entrega de los Agujeros Negros supuso la dura demostración de que ni mucho menos había quedado clara la autoría de un atentado masivo perpetrado tres días antes de unas elecciones generales.
Como él, pero sin su experiencia investigadora, muchos españoles sentimos que no se nos estaba diciendo la verdad. Entonces volvimos a oír el eco de aquellas consignas, quién-ha-sido... pero ya nadie gritaba en la calle. A Luis del Pino le ocurrió otro tanto y decidió que podía ayudar a buscar las piezas del rompecabezas.
 
Llegó un buen día a la redacción de Libertad Digital. Antes había remitido algún correo desde una emisora llamada CityFM, en la que unos amigos periodistas brindaron a este ingeniero de telecomunicaciones sus primeros minutos en este desagradecido oficio de buscar la verdad. La emisora elaboraba notas de prensa con el resultado de las pesquisas primarias de Luis, que accedió a los primeros papeles del sumario. Comenzó también a publicar pequeñas piezas en prensa local y en el semanario Época. Con un disquete como argumento, nos sugirió que leyéramos sus trabajos. Cuantos más seamos, mejor. No importa quién publique la verdad final, si llega ese momento. Lo que hace falta es sumar. Escuchar y mirar con los que ya lo están haciendo. Como dice César Vidal en el prólogo de este libro que ahora desgranamos, "algunos queremos saber".
 
Alguien puede pensar que Los enigmas del 11-M, editado por Libros Libres, es un volumen flaco si su fuente principal son cerca de 80.000 folios de sumario. El lector que se adentre en él comprobará que no es así. La esencia de las 193 páginas es sobrecogedora, como sabrá el que siga Libertad Digital, pues aquí se empezaron a publicar, allá por el verano de 2005, las dudas razonadas de Luis. Sobre la mesa, la versión oficial, las cortinas de humo, las liebres mecánicas, los cebos, los testimonios contradictorios... el teatro.
 
El juez del Olmo.Todo eso, y cosas peores que aún no conocemos, ha estado también ante los ojos de un juez instructor obligado a ordenar la verdad cotejando los datos. Separando los engaños como se limpiaban antaño las lentejas.
 
La mejor forma de inyectar tedio como antídoto del conocimiento es abrumar a la memoria, desafiándola con nombres impronunciables o imposibles de distinguir unos de otros; dividir el escenario en múltiples tramas, a su vez compuestas de otras tantas (llevados por un hilo que no acaba en la madeja, acabaremos descubriendo una mafia de transporte ilegal de ganado. Sí, lo denunciaríamos, pero nos habrá separado del asunto, como conviene). Si los obstáculos empiezan a salvarse, toparemos con algún personaje exótico de perfil poliédrico que nos haga derrotar.
 
Por eso la primera labor era aventar tanta paja. Luis nos enseñó a no temer la avalancha de mojamés, almalás, chinos, tunecinos, egipcios –él no la teme; pero, por si acaso, se la sabe de memoria, y las correspondientes ramificaciones ocultas de cada estirpe musulmana que, por doquier, brota en los papeles. Es mejor atender a los hechos, a las diligencias policiales –tengan la intención que tengan–, a las huellas, a las pruebas periciales... Y a las reacciones humanas, pertenezcan a Mustafá o a Perico el de los Palotes.
 
El lector de Los enigmas descubrirá, por ejemplo, dos dibujos de la misma mochila realizados por la Policía: uno, basto, con determinada información; otro, artístico y presentado al día siguiente, convenientemente corregido para coincidir –¡vaya despiste!– con la versión oficial, con la mochila más famosa de nuestra historia. Leerá el relato de superagentes con visión de rayos X capaces de relatar al juez (¿se lo creería?) el contenido exacto de una bolsa que hicieron volar sin mirar siquiera en el interior.
 
Contemplará asimismo el retrato de fundamentalistas amantes del chopped y emparejados con mujeres asiduas al cuero, el escote y el tacón. O de futuros mártires preocupados por el robo de unas gallinas. Y sabrá de férreos cercos policiales que se subliman poco antes del gran golpe. Lamentará que la Policía use perros que pierden el olfato ante una furgoneta justo el día en el que más se les necesita. Asistirá al recorrido de mochilas viajeras cargadas con la providencial prueba de que Al Qaeda nos mató por la manía de Aznar de estar en Irak; y a una inmolación que, por primera vez, deja más muertos entre los mártires que entre los infieles. Eso sí, teníamos suicidas. Si ya lo dijo la SER...
 
El lector de Los enigmas se preguntará una y mil veces, gracias a las dudas planteadas por el autor, qué sucedió en el piso de Leganés. Y se lo preguntará atónito tras leer que desaparecieron treinta dedos de tres supuestos inquilinos mártires, que no dejaron en el piso una sola huella. ¿Eran miembros de una misma familia con tan desgraciada tara congénita? Allí, según los testimonios, se disparó a discreción con subfusiles que escupen proyectiles a la velocidad del rayo. Pero, por lo que consta en el sumario, debió de usarse un novedoso tipo de munición que no deja vainas. En Leganés se suicidaron las pruebas del 11-M.
 
Visto lo visto, algunos empezaron a preguntarse quién demonios era Luis del Pino. El autor y no su obra. Para que no nos pase como a Sofía Mazagatos –Sigo de cerca a Gabriel García Márquez, aunque todavía no he leído ningún libro suyo–, un buen ejercicio es leer estos Enigmas, releer los agujeros de Fernando y ordenar lo mejor posible en nuestra cabeza lo que ya empieza a cobrar la categoría de antítesis de la versión oficial. No derrote al lector el que, tras hacerlo, tenga más preguntas que respuestas. Hubo quienes, pocas horas después del ataque, llenaron las calles preguntando quién-ha-sido. Como se cansaron pronto o les satisfizo la respuesta, la demanda quedó huérfana por unos meses. Tomemos el relevo con los que, como Luis, tienen una memoria prodigiosa y una capacidad de análisis que provoca auténtica envidia.
 
La inercia de que en España la que mata, y siempre con un patrón parecido, es ETA nos ha permitido asumir algunos atentados como resueltos sin lugar a dudas. Quizá si volviéramos sobre muchos de ellos encontraríamos dudas sobrecogedoras y aprenderíamos a distinguir los agujeros por los que el terrorismo se cuela para azotar. No hay mayor terror que no saber quién nos quiere matar. Es recurso novelesco, luego cinematográfico. Identificado el asesino, se le pierde cierto respeto. El verdadero terror sembrado el 11 de Marzo es pensar que mañana puede volver.
 
[Con la mirada serena que concede el haber llorado sólo en la intimidad, los padres de uno de los asesinados el 11 de Marzo pidieron a Luis del Pino que no cejara. Le hicieron saber que no estaría solo: "La noche después del atentado juré a mi hijo que no descansaría hasta saber la verdad". "Cada mañana –le contaron– nos ponemos esa meta"].
 
 
Luis del Pino: Los enigmas del 11-M. ¿Conspiración o negligencia? Libros Libres, 2006; 193 páginas. Prólogo de César Vidal.
 
Javier Somalo, redactor jefe de Libertad Digital.
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