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MUJERES QUE CUENTAN CRIMENES: ANNE PERRY (1)

Pitt en Alejandría

Anne Perry es hoy una de las productoras de novela negra más prolíficas y menos discutidas, aunque su éxito de ventas no vaya acompañado de la rendición de la crítica, tan obsequiosa con otros autores "de qualité" harto más previsibles y que han demostrado mucho menos que Perry en todos los sentidos. Da igual, porque una de las ventajas de la novela negra es que la crítica suelen hacerla el escaparate y las listas de ventas, pero prueba también que los medios literarios aún no se han tomado en serio el género más popular y de mayor entidad de estas últimas décadas. Quizá sea mejor así.

Anne Perry es hoy una de las productoras de novela negra más prolíficas y menos discutidas, aunque su éxito de ventas no vaya acompañado de la rendición de la crítica, tan obsequiosa con otros autores "de qualité" harto más previsibles y que han demostrado mucho menos que Perry en todos los sentidos. Da igual, porque una de las ventajas de la novela negra es que la crítica suelen hacerla el escaparate y las listas de ventas, pero prueba también que los medios literarios aún no se han tomado en serio el género más popular y de mayor entidad de estas últimas décadas. Quizá sea mejor así.
Anne Perry.
Adelantemos que Perry es muy desigual en sus novelas y que a veces (quizás el caso más reciente y estrepitoso sea Esclavos de una obsesión, ambientada en tiempos de la Guerra de Secesión norteamericana) no sabe qué hacer en las escenas de acción y puede liquidar una historia del más infame bajonazo. A cambio, y ahí radica su éxito, ha alcanzado un dominio casi perfecto de la técnica de la reconstrucción de la Inglaterra victoriana, teatro de sus grandes intrigas criminales; alcanza niveles dickensianos en la descripción de la vida cotidiana, subiendo y bajando de la escala social sin salir de la misma casa (inevitablemente acude a la memoria la excelente serie televisiva Upstairs & Downstairs), analiza con escalpelo las zozobras doméstico-económico-morales de las mujeres para seguir la moda sin caer en el arroyo, y alcanza tal virtuosismo en las descripciones de telas y vestidos de sus personajes que no desmerecen del Galdós de La de Bringas.
 
Ahí, en los interiores domésticos y familiares, así como en la morosa descripción de las agonías de sus protagonistas, sometidos casi siempre a una elección forzosa entre dos soluciones imposibles: la socialmente aceptable y la moralmente lícita, se mueve Perry como pez en el agua. La célebre hipocresía victoriana es el paisaje de fondo contra el que se perfilan dudas y zozobras, sometidas además al albur de una investigación policial, con muertos de por medio, que nos lleva de sorpresa en sorpresa.
 
Dobles parejas
 
La fórmula detectivesca de Anne Perry es de una sencillez aparente que esconde una sutilísima eficacia comercial. Su investigador no es uno, ni tampoco una, sino una pareja real y policial, con el hombre como investigador (Pitt o Monk) y su mujer como colaboradora informal y valerosa (Charlotte o Chester). Ambos matrimonios son pobres pero cuentan con el respaldo de una aristócrata de la más rancia alcurnia a la que aburren las convenciones sociales y divierten enormemente los enigmas policiales. Son, respectivamente, Lady Vespasia y Lady Callandra, que tienen acceso cómodo y natural a la más empingorotada sociedad londinense y permiten a la esposa heroína investigar a un nivel que el marido héroe nunca podría alcanzar. La fórmula está realmente calcada, pero con lógicas diferencias en el carácter y la configuración de los personajes centrales.
 
La primera pareja creada por Perry, en Los crímenes de Cater Street (1979), fue la de Thomas Pitt y su esposa Charlotte, una señorita bien que no vacila en casarse por amor con un simple policía, tarea entonces considerada socialmente por debajo del servicio doméstico. Tanto, que cuando debía entrar en las casas de alta cuna y renta amplia para investigar crímenes atroces lo hacía por la puerta de servicio. La segunda pareja llegó once años después (1990) y no estaba ni tan definida, ni tan cálida, seria y agradablemente perfilada como la anterior. William Monk es un policía que ha quedado amnésico tras un accidente y se ve obligado a ganarse la vida con mucha dificultad como investigador privado. La mujer fatal con la que tropieza durante varias novelas hasta que finalmente caen ambos se llama Chester Latterly, es tan independiente como pobre y, tras haber vivido una experiencia terrible como enfermera en la guerra de Crimea junto Florence Nightingale, símbolo de la emancipación femenina en esa época, malvive cuidando enfermos a domicilio tras fracasar sus aventuras reformistas en los hospitales de la época. Esos fracasos, no obstante, dan para dos o tres novelas notables que permiten a Perry hacer una descripción minuciosa y terrorífica de la medicina del siglo XIX en el que pasaba por ser el país más avanzado del mundo.
 
Sin embargo, mientras Chester aclara sus sentimientos y se decide a elegir entre el implícito Monk y el relativamente explícito Sir Oliver, rico abogado que nunca deja de quererla y que forma luego con la pareja un trío muy decente pero subterráneamente agitado, esta segunda serie de Perry ha tardado en despegar. Finalmente lo hizo, triunfó y va ya por el décimocuarto título (The Sifhting Tide, 2004), recién traducido al español como Marea baja (2004), que a mi juicio es una de las mejores novelas de nuestra autora y, sin duda, merece un comentario especial.
 
La última novela de la serie de los Pitt traducida al español, Los secretos de Connaught Square (Plaza y Janés, 2005), es en realidad la penúltima (en inglés, Seven Dials, 2003), ya que acaba de salir un nuevo título, que hace el número veinticuatro de la serie de Charlotte y su desastrado marido Thomas, Long Spoon Lane (Ballantine Books 2005), y que va de complots anarquistas, corrupción policial y graves dilemas políticos, como suele suceder en toda la segunda parte de las aventuras de los Pitt. Es como si en esta serie Perry volcase sus inquietudes políticas y reservara las psicológicas para la serie de Monk, aunque tampoco en ésta suele quedar demasiado lejos la política.
 
Una virtuosa del anacronismo
 
Aparentemente, y así lo dice la propaganda editorial, el éxito de Ann Perry radica en su minuciosa reconstrucción de la Inglaterra victoriana, en los paisajes de interior y en las costumbres sociales, tan cerca en el tiempo y tan lejos en las costumbres. A mi juicio, sin embargo, esa no es la auténtica clave de sus novelas, el truco que hace llevaderas circunstancias monótonas y absurdas para un público actual. El auténtico hallazgo de Perry es el cultivo sutil pero sistemático del anacronismo.
 
Sin duda lo que más repele hoy de la Inglaterra victoriana es la feroz división clasista de la sociedad, la marginación terrible de las mujeres y el brutal amaestramiento de los niños. Lo que va a hacer Perry a lo largo de la serie de Pitt y, mucho más a fondo, en la serie de Monk es crear unos personajes cuya sensibilidad social y sexual sea prácticamente la misma de hoy. ¿Cómo hacerlo si la época no daba para más? Pues eligiendo formas sutiles de acercamiento e identificación con personajes y conductas de la era victoriana pero muy poco victorianos. Así, las dos aristócratas protectoras, Vespasia y Callandra, pueden despreciar las estrictas convenciones sociales y el protocolo minucioso de la vida mundana porque ellas son recibidas en Palacio mientras la gran mayoría burguesa apenas consigue entrar en los salones de la nobleza. Pero eso las acerca a la mentalidad actual, las convierte en heroínas de nuestro punto de vista frente al de entonces.
 
Otro tanto sucede con las ideas sociales. En esa época apenas está empezando el socialismo fabiano pero, más allá de cualquier estrategia reformista liberal o sindical, el anarquismo, como en toda Europa, es esencialmente terrorista y revolucionario. El genio de Perry es que nunca se compadece del terrorista, como tampoco lo hacemos hoy, pero en cambio sí presenta de forma muy favorable a los personajes abiertos a las reformas sociales o, al menos, muy críticos con la feroz división clasista de la sociedad. Son los personales marginales ricos, simpáticos y abiertos de mente que sin duda existían entonces, aunque fueran muy pocos. Aquí, sin embargo, ocupan en la novela un lugar mucho mayor sin necesidad de faltar a la verdad o de forzar unas situaciones que resultarían demasiado modernas y muy poco verosímiles.
 
Detalle de la portada de LOS SECRETOS DE CONNAUGHT SQUARE.Y donde alcanza su cenit este cultivo sutilísimo del anacronismo es en los personajes femeninos, todos ellos dotados de una sensibilidad realmente igualitarista y reivindicativa que era excepción en la Inglaterra de entonces, ya que apenas empezaba el sufragismo, pero que identifica mucho al lector y, especialmente, a la lectora actual con Charlotte, Chester o Gracie, la simpática criadita de los Pitt que llega a trabajar jovencísima y analfabeta pero a la que Charlotte enseña a leer y a escribir. Gracie tiene tal voluntad de superación y posee una fortaleza moral y un afán de que triunfe el Bien sobre el Mal tan propio de la novela negra que, apenas aparece en la historia, ya estamos todos empeñados en su triunfo. También en el sentimental, con su hosco policía, pero aún no la ha casado Perry. Pocas novelas, creo, le faltan para cambiar de estado. En fin, los detalles sutilmente anacrónicos son innumerables, están en la atmósfera misma de cada novela, y se manifiestan de mil maneras. Para mí es la clave del "fenómeno Perry".
 
Muerte en el Nilo
 
Esta última novela de Pitt publicada en español, Los secretos de Connaught Square, presenta una curiosa novedad, y es el viaje a Egipto del sabueso londinense para averiguar qué hay detrás de un asesinato tan misterioso como políticamente explosivo. La mano izquierda del inspector y su eficaz discreción para esclarecer oscuras tramas en el mundo de la alta política, el ejército o la diplomacia mueven a su superior, que aquí es ya el jefe de los servicios secretos de Su Majestad, a enviarlo a Alejandría. No es que sea particularmente desastroso el viaje (por suerte hay dos tramas paralelas que abrevian aún más la parte egipcia de la narración), pero no puede decirse que el empeño de Perry en dignificar el género con toques kavafianos supere demasiado el nivel de Agatha Christie en Muerte en el Nilo. Ambición, sí; resolución, no tanta.
 
En fin, no es una de las mejores novelas de Perry dentro de su mejor serie, que es la de los Pitt, pero el oficio que ha ido adquiriendo en la confección de tramas y la comodidad con que maneja los personajes permitirán al lector primerizo una entrada sin duda interesante en esta Inglaterra novelesca, llena de brumas y nieblas, que nos trae siempre a la memoria al criminal por excelencia de la época: Jack el Destripador. Según confiesa la propia Perry en sus notas biográficas, fue precisamente ese personaje el que le llevó a intentar esta fórmula. Tardó veinte años (nace el año 1938) en poder editar su primera novela (1979), pero desde entonces ha encadenado los éxitos. Así que Jack the Ripper ha conseguido desde la fosa dos curiosos efectos en la novela negra actual: arruinar a Patricia Cornwell y hacer millonaria a Anne Perry. Milagros de la niebla.
 
 
MUJERES QUE CUENTAN CRÍMENES: Minette WaltersJodi Compton – Patricia Cornwell – Patricia MacDonald – Mary Higgins Clark – Donna Leon.
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