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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

Policiales: las que merecen ser leídas y las que no

Reconozco que lo mío con el género policial es pura adicción, idiota, como todas las adicciones: leo absolutamente todo lo que se pone al alcance, aun cuando sepa que me va a desilusionar sin remedio. Por ejemplo, toda esa serie de imitadores de Vázquez Montalbán que no tienen ni su gracia ni su oportunidad, y que dan la impresión de estar dispuestos a insistir en la fórmula por los siglos de los siglos: Camilieri, Markaris, etc.. Los leo, no puedo dejar de hacerlo.

Reconozco que lo mío con el género policial es pura adicción, idiota, como todas las adicciones: leo absolutamente todo lo que se pone al alcance, aun cuando sepa que me va a desilusionar sin remedio. Por ejemplo, toda esa serie de imitadores de Vázquez Montalbán que no tienen ni su gracia ni su oportunidad, y que dan la impresión de estar dispuestos a insistir en la fórmula por los siglos de los siglos: Camilieri, Markaris, etc.. Los leo, no puedo dejar de hacerlo.

Pero en ese desenfreno aparecen de pronto nuevas joyas. Y no me refiero a los buenos autores de género, como Eugenio Fuentes, Domingo Villar o Martínez Láinez, sino a los verdaderamente originales.

Mi último descubrimiento se hace llamar, es decir, firma sus novelas con el seudónimo Fred Vargas, pero se llama en realidad Frédérique y es una medievalista, arqueozoóloga para más señas, en excedencia en el CNRS de París por su dedicación a la escritura. Laura Fernández, en El Cultural, explica todo esto y mucho más, y es evidente que la ha ido leyendo desde el principio: ya hay en español casi una decena de sus novelas. Que son novelas de verdad, con noveletas interiores y una historia compleja y sólida, con un caudal de información asombroso si no se conoce nada de la formación de la autora. Su comisario Adamsberg no es nada Maigret, carece de una mente organizada, investiga a golpes de inspiración. Y deslumbra porque esa inspiración es terriblemente eficaz. Yo, ingenuo de mí, no la había visto hasta ahora, y he decidido ponerme a leerla íntegra. Vale la pena. Es original, se aparta de la fórmula, felizmente.

Mis lecturas de estos días han sido variadas: La cola de la serpiente de Leonardo Padura, que no alcanza la dimensión de El hombre que amaba a los perros, lo mejor que conozco sobre Trotski y Ramón Mercader, incluyendo el libro de Jorge Semprún sobre el asesino; pero no puedo dejar de leer a Padura porque yo amo La Habana a pesar de todo, o por todo, puesto que Fidel Castro la odia con toda la intensidad de que es capaz, que es mucho cuando de odiar se trata. Tengo un texto escrito hace unos años sobre esa ciudad que pienso recuperar para los lectores de LD, y mientras lo mejoro nada mejor que dejarme contar ese clima por el sabio Padura, un milagro de supervivencia sin exilio, que vive en la isla a pesar de sus libros.

Por otro lado: Voces que susurran de John Connoly, un irlandés de Dublín cuyas novelas transcurren en los Estados Unidos y que sí tiene un detective especial, Charlie Parker, un atormentado que se mueve en un terreno que no es exactamente racional. Connoly (no confundir con Michael Connoly, que no es malo pero tiene unos finales decepcionantes y, como decía mi amiga librera y lectora de Buenos Aires Natu Poblet, lo que importa más en las novelas son los empieces y los termines); Connoly, decía, John, es digno heredero de dos líneas bien diferenciadas hasta ahora: la que va de Chandler y Hammett, y todo el pulp fiction precedente y contemporáneo, y desemboca en Ellroy y en Don Winslow –tengo un lector cabreado porque me gusta Winslow–, por una parte; y, por otra, y esto es lo más interesante, porque tengo la impresión de que nadie lo ha intentado antes, la que va de Lovecraft a Lovecraft, porque aunque sobran epígonos sigue siendo único, y yo creo que el primero que emplea su legado con eficacia es este irlandés transterrado. Hay una trama criminal, cómo no, pero detrás de ella están las Voces que susurran, las que ya se han llevado, hace siete novelas, a la mujer y a la hija de Parker.

No se lo pierdan. Dejen a Scarpetta, con toda su abominable corrección política, a pesar de que ha ganado el premio de RBA, para mejor ocasión. Vargas, Connoly, Padura. Buenos complementos para alternar con la Historia patriótica de España de José María Marco, con Lágrimas socialdemócratas de Santiago González y con El reto de Rajoy de Rafael Bardají y Óscar Elía, que no se pueden dejar de leer. La política se aprende en esos libros grandes y serios, pero también en las novelas policiales y, no se olvide, en las páginas del Hola, que era donde más salía Udargarín, no en las salmón de economía ni en las de sucesos, como ahora (habría que inaugurar una nueva sección en los periódicos: la de sucesos sociales, para diferenciar, porque no es mismo el Dioni que un duque consorte).

vazquezrial@gmail.com www.izquierdareaccionaria.com

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