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'CONTRA EL CAMBIO'

Por un mundo sin ostras

A principios de los noventa, el caminante catalán Josep Maria Espinàs publicó un panfleto antiecologista del que todavía hoy me admira su sosegada lucidez, esa flema puntillosa con que el autor solía iluminar algún que otro rincón del periodismo. El opúsculo en cuestión se tituló L'ecologisme és un egoisme y fue, por aquel entonces, una rara y gozosa andanada contra lo que ya venía siendo el culmen del papanatismo.


	A principios de los noventa, el caminante catalán Josep Maria Espinàs publicó un panfleto antiecologista del que todavía hoy me admira su sosegada lucidez, esa flema puntillosa con que el autor solía iluminar algún que otro rincón del periodismo. El opúsculo en cuestión se tituló L'ecologisme és un egoisme y fue, por aquel entonces, una rara y gozosa andanada contra lo que ya venía siendo el culmen del papanatismo.

Estos días he recordado a Espinàs y sus egoísmos a propósito de la lectura de una de las obras más singulares que he leído jamás. Me refiero a Contra el cambio, el reportaje alucinado de Martín Caparrós sobre el atavismo ecologista. A través de un viaje que le lleva a una decena de poblaciones supuestamente amenazadas por el cambio climático, el autor pasa revista a las diferentes acepciones del apocalipsis planetario y desvela las aduanas lingüísticas que ha ido diseminando la nueva fe, en lo que constituye una suerte de dietario ideológico teñido de melancolía, tanto más cuanto que la mayor parte de las reflexiones no son sino restos de un naufragio.

Así la izquierda y su desapego de la noción de cambio:

El cambio de frente de la palabra cambio es una de las mayores pérdidas de capital simbólico que ha sufrido la izquierda en toda su historia. La derecha la usa pero tampoco tanto: más bien la tiene de rehén.

Así el descrédito del escepticismo:

Que se use, por ejemplo, para descalificar a los que no creen en la nueva doxa –en el nuevo dogma–, el calificativo de negacionistas (...) Una cosa es negar un hecho histórico, otra una hipótesis científica. En eso consiste la ciencia: en poner a prueba las hipótesis hasta que se demuestre su pertinencia o falta de ella.

Pese a la documentación con que el autor arropa sus gráciles aforismos (ah, tan argentinos), Contra el cambio no rebosa de pomposas conjeturas o predicciones de salón; antes bien, aspira al desenmascaramiento de la superstición ecologista, a la mondadura de la salmodia savetheplanet, cuya osamenta queda reducida, las más de las veces, a fraseología prêt-à-porter.

En la descripción del ecologismo cual insolencia pija se halla precisamente uno de los aciertos de Caparrós, que pone la lupa en conceptos que gozan de la complacencia general para evidenciar su vacuidad, su naturaleza de artificio. Tales son los casos de la agricultura orgánica (presentada como una chaladura bonvivant cuya aplicación a escala global sumiría a la humanidad en el hambre), la retórica sobre el cambio climático (cuya belleza, sostiene el autor, "está en su complejidad, en la elegancia con que más y más factores se relacionan entre sí y van causando, dicen, un astuto efecto dominó") o las figuraciones catastróficas a la manera de Al Gore (y donde el australiano Tim Flannery ocupa un lugar relevante: "Mi nuevo amigo Flannery tiene sus momentos estelares. Como cuando (...) dice que si usted quiere que sus tataranietos y los que vengan después conozcan el sabor de las ostras, tenemos que limitar las emisiones de CO2 ahora").

Más interesante aún, o cuando menos casi tanto como su argumentario, son las coordenadas desde donde Caparrós formula sus críticas, esto es, una izquierda revenida, pasada por el tamiz del sentido común; una atalaya perspicaz, sutil y aun jovial; en las antípodas, en fin, de los fieros alegatos escépticos a lo Martin Durkin.

El toque de gracia, lo que convierte sus agudezas en un magnífico reportaje (en alguno de sus pliegues, me ha traído a la memoria al imponente Enzensberger de ¡Europa, Europa!), es el hecho de que escribe a pie de obra, en el centro mismo de esos paisajes donde el mito edénico ha sido llevado hasta el más insólito fanatismo conservacionista.

Es éste un libro raro para un mundo raro. Sorprende (ni que decir tiene que gratamente) toparse con un escritor hastiado de superioridad moral que, mientras recorre el ancho mundo, va poniendo en duda todo lo que el comunismo le enseñó. Al fin y al cabo, lo que Caparrós sugiere, con su retórica dislocada y fumeta, con ese susurro pseudoasambleario rebosante de mate y sensatez, es que la última estación del comunismo es, precisamente, el ecologismo. En ella se inmiscuye con más descaro que tiento para, en un alarde de hermosura y sequedad, desautorizarse a sí mismo; situarse, en fin, en el centro de un gran fisking que es, en cierto modo, el fisking del mundo.

Pienso en Hessel, el anciadolescente que ha devenido en faro del movimiento indignado. Y lo comparo con Caparrós, un izquierdista que ha consagrado su escritura a preguntarse dónde se jodió el Peru y, sobre todo, cómo demonios ha llegado la izquierda a defender la conservación. La conservación, sí; parafraseando a Vázquez Montalbán, poco importa de qué.

 

MARTÍN CAPARRÓS: CONTRA EL CAMBIO. Anagrama (Barcelona), 2010, 280 páginas.

albertdepaco.blogspot.com

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