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SEMBLANZA

Rafael Montesinos

Fue el poeta cordobés Ricardo Molina la primera persona que me habló con simpatía y estima del poeta sevillano Rafael Montesinos. A una edad en la que se devora cuanta poesía cae en nuestras manos, ya había leído yo en la colección Adonais una glosa de la cantinela de la Semana Santa sevillana con que los golfillos callejeros interpelaban a los penitentes encapuchados: "¡Nazareno! ¡Una hebilla menos!".  

Fue el poeta cordobés Ricardo Molina la primera persona que me habló con simpatía y estima del poeta sevillano Rafael Montesinos. A una edad en la que se devora cuanta poesía cae en nuestras manos, ya había leído yo en la colección Adonais una glosa de la cantinela de la Semana Santa sevillana con que los golfillos callejeros interpelaban a los penitentes encapuchados: "¡Nazareno! ¡Una hebilla menos!".  
Rafael Montesinos.

Aquellos versos delataban la nostalgia de una infancia y una ciudad que ya habían quedado atrás, pero el nombre de su autor no me decía nada y no tardé en olvidarlo. Los elogios de Ricardo me lo recuperaron, recuperación que consolidaría la venida del poeta a Sevilla para dar una lectura, en el Club La Rábida, de su recién aparecido libro de recuerdos sevillanos Los años irreparables. La lectura aquella fue deliciosa, y me faltó tiempo para devorar el librito, editado por Ínsula.

Corría el año de 1953 y era el mes de febrero. Los años irreparables tenían para mí sólo dos precedentes en cuanto visión del ambiente en que vivía: Platero y yo y, sobre todo, Ocnos. Faltaba un año para que saliera Pueblo lejano, de Romero Murube, aunque es posible que ya lo conociera en mecanografía, y faltaban bastantes más para que yo leyera La ciudad, de Chaves Nogales, que databa nada más y nada menos que de 1921. El libro aquel y la conversación permanente de aquellos días sevillanos serían para mí un manantial continuo de sorpresas, en cuanto que ponían en pie episodios de la Sevilla inmediatamente anterior al 18 de Julio de los que yo creía ser el único depositario.
 
Fue él, por otra parte, quien me facilitó las señas argentinas de Alberti y me animó a que le escribiera y le mandara versos. Al verano siguiente pasaba yo por Madrid camino de Pontevedra para incorporarme al tercer curso de la Milicia Naval. De tren a tren tenía que pasar el día en Madrid, y fue Rafael quien me hizo de Virgilio. Me convidó a comer a la calle Echegaray; me regaló un viejo ejemplar de sus Canciones perversas para una niña tonta, me mostró su cuarto y sus libros raros en General Pardiñas, envidia y admiración de los famélicos y ateridos individuos e individuas de la bohemia madrileña; me presentó a su padre, a quien encontramos por la calle, y me llevó a conocer a José Luis Cano en su biblioteca de la CAMPSA, que estaba entonces en la calle Torrija. Añado el detalle de que yo iba de uniforme; de cabo primero de Infantería de Marina.
 
Años después, de vuelta yo del extranjero, quedé finalista del premio Ciudad de Sevilla del Ayuntamiento, que ganó él con El tiempo en nuestros brazos. Fueron aquellos de 1957 otros días felices de convivencia sevillana, y recuerdo en especial una merienda con el poeta Rafael Laffón en su hotelito de Heliópolis. Creo que ya venía con él Marisa, su mujer.
 
Un callejón de Sevilla.Pienso que el primer encuentro fue no sólo un flechazo de amistad, sino un flechazo poético, y por algún tiempo no sólo traté de escribir a su manera, por decirlo de algún modo, sino que a un largo poema que escribí por entonces le puse la dedicatoria: "A Rafael Montesinos, en reparación de aquellos años". Me refería con ello a Los años irreparables.
 
Mis años madrileños, los de 1959 y 1960, coincidieron con los de su Tertulia Poética Hispanoamericana en el Instituto de Cultura Hispánica, que me abrió en repetidas ocasiones. Hice una reseña en Índice de su antología Poesía taurina contemporánea y, como he contado en otro lugar, me invitó a dar una lectura en los Cursos de Verano de Cádiz, a donde trasladó su Tertulia. Fue aquél un verano inolvidable.
 
La última vez que nos vimos fue en la antigua Diputación Provincial de Sevilla, ahora Casa de la Provincia, donde hubo un cursillo de poesía sevillana en el que a mí me tocó hablar de Lista, Reinoso, Blanco, Agustín Durán… Citaba yo a Melchor de Palau, gran recopilador de cantes populares, y por el fondo de la sala irrumpió Rafael Montesinos, que llegaba en ese momento seguido de Marina, exclamando con voz tonante: "¡Cierto! ¡Muy cierto lo que dice Melchor de Palau!".
 
Rafael Montesinos se trasladó con su familia a Madrid en 1940. Su padre había sido administrador de la familia Marañón, cuya casa fue de las que ardieron en la calle Reyes Católicos la noche del 18 de Julio. En Los años irreparables evoca sus temporadas en la finca Tarazonilla, del término de La Rinconada. En el Madrid de los primeros 40 conoció y trató a don Manuel Machado, que le prologó un primer libro, luego repudiado por él.
 
También en aquellos años pasó una temporada en Londres, donde alcanzó a conocer a Cernuda, que le preguntaba por el muro amarillo del Colegio de Jesuitas de Villasís, donde ambos, con diferencia de años, habían sido alumnos. Desde muy pronto tuvo devoción por Bécquer, y acaso muchos de sus trabajos y ediciones dieran la pista a otros poetas sevillanos –como Fernando Ortiz, por ejemplo– para trazar lo que éste llamaría "la estirpe de Bécquer".
 
Como poeta lírico cabría encasillarlo en el grupo Garcilaso, pero su personalidad estuvo en la incorporación de las formas de hablar y de cantar del pueblo andaluz. Tuvo debilidad por las soleares, e hizo algunas muy buenas. Sigo creyendo que Los años irreparables es, junto con La ciudad de Chaves Nogales, Ocnos de Cernuda, Pueblo lejano de Romero Murube y Sevilla del buen recuerdo de Laffón, uno de los libros esenciales sobre la Ciudad de la Gracia.
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