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FIGURAS DE PAPEL

Raymond Aron: la inteligencia en acción

Una vida bien escrita es casi tan rara como una vida bien vivida, afirmaba Carlyle. Quien lo logró fue Raymond Aron. Vino al mundo hace un siglo y encarnó la inteligencia en acción. En 1983 su forma terrestre dejó de mezclarse con las nuestras; ocurrió cuando salía del parisiense Palacio de Justicia, tras ofrecer un testimonio en favor del economista Bertrand de Jouvenal. Tenía 78 años.

Una vida bien escrita es casi tan rara como una vida bien vivida, afirmaba Carlyle. Quien lo logró fue Raymond Aron. Vino al mundo hace un siglo y encarnó la inteligencia en acción. En 1983 su forma terrestre dejó de mezclarse con las nuestras; ocurrió cuando salía del parisiense Palacio de Justicia, tras ofrecer un testimonio en favor del economista Bertrand de Jouvenal. Tenía 78 años.
La crisis cardíaca fue fulminante. Los aledaños de la Sainte Chapelle fueron, quizá, entrevistos en una última mirada de nitidez insoportable, antes del último suspiro del hombre que representó la versión liberal del pensamiento francés del siglo XX. Y se cerraron allí los ojos del ensayista, del periodista, del moralista, del hombre que encarnó la independencia y la cultura francesa.
 
Raymond Aron exhibió el sello de su pensamiento durante años, porque nunca dejó de comprender y de entender, en sus artículos de fondo en Le Figaro. Luego vino su paso por el hebdomadario L'Express, donde seguíamos sus palabras como quien no sabe qué hacer hasta después de haberlas meditado.
 
Allí, en su bastión liberal, mantuvo su independencia intelectual, el rechazo del determinismo de la función social del escritor como del compromiso a favor de cualquier ideología. Lo hizo con hipótesis seductoras, con brillante dialéctica y una vasta cultura; elementos, todos, que le permitieron observar el presente. Porque conocía el pasado, podía sentirse seguro dando saltos para atisbar el porvenir.
 
La obra de este Montesquieu del siglo XX se inspiró en la prospectiva política iniciada por Alexis de Tocqueville. Aron había ampliado sus estudios filosóficos en Alemania en los años 30. Siete años más tarde fue uno de los animadores de una Francia libre, que contaba entonces con pocos adeptos.
 
Un siglo después del nacimiento de quien fuera profesor de Sociología de la Civilización Moderna y presidente de la Academia de Ciencias Morales y Políticas de Francia, podemos decir que su pensamiento sigue vivo no solamente en sus brillantes artículos sino en sus libros, como Introducción a la Filosofía de la Historia, El gran debate, el celebrado y difundido El opio de los intelectuales o El observador comprometido, que es un film de toda una época, los ojos de la historia de nuestro tiempo y el legado del filósofo, historiador y sociólogo, cuyo reiterado ejercicio del conocimiento se cimentaba en su nobleza y sabiduría.
 
Y sus Memorias, naturalmente: un manantial inagotable donde se explica, por lo demás, la forma en que Aron logró conciliar la necesidad de ser único y la ambición de ser universal.
 
Su sombra nos sigue hablando, y lo hará mientras el corazón de un hombre sea iluminado por la reconfortante voz de sus libros. La suya era, sigue siendo, una voz necesaria.
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