Menú
A WRITER'S LIFE

Raymond Carver: días de vino y rosas

Los relatos de Raymond Carver son el reflejo de su atormentada vida, y viceversa. Así podría resumirse la voluminosa biografía que ha escrito Carol Sklenicka (Raymond Carver: A writer's life) sobre la máxima figura de lo que se conoce como realismo sucio en la literatura norteamericana.

Los relatos de Raymond Carver son el reflejo de su atormentada vida, y viceversa. Así podría resumirse la voluminosa biografía que ha escrito Carol Sklenicka (Raymond Carver: A writer's life) sobre la máxima figura de lo que se conoce como realismo sucio en la literatura norteamericana.
Carver nació en 1938 en Clatskanie, Oregon, y su infancia y adolescencia transcurrieron en el estado de Washington en medio de una pobreza extrema. Su extracción humilde fue, a la vez, un lastre y una fuente inagotable a la hora de plasmar en cuentos desnudos la callosa existencia de unos personajes atrapados por sus circunstancias. Tal vez abusando de demasiados datos, como el amanuense que compone una lista pormenorizada pero sin profundidad, Sklenicka sigue los pasos de este joven con inquietudes literarias que sueña con escapar de un hogar con un padre alcoholizado.

Muy pronto Carver conoce a la que sería su gran amor, la bellísima Maryann Burk, quien con tan solo quince años tiene la certeza de haberse topado con un príncipe azul de las letras. Un muchacho por el que merecía la pena sacrificar cualquier ambición personal con tal de que se convirtiera en un escritor reconocido. Así fue como la joven pareja se embarcó en un viaje hacia la degradación, a bordo del alcohol y el feroz egoísmo de un hombre dispuesto a sacrificar el bienestar de su familia por un puñado de páginas magistralmente escritas.

Si se va a hablar de Carver el autor, es inevitable evocar a Maryann Burk Carver, su compañera durante 25 años. La madre de sus dos hijos antes de alcanzar la veintena. La mujer que pasó su juventud trabajando como camarera, vendedora de libros a domicilio y por temporadas maestra para asegurarse de que su marido acabara sus estudios universitarios. De hecho, la parte más sustancial de su legado literario la escribió mientras convivió con ella. Son cuentos sobre parejas rotas, parejas que se maltratan, parejas que hablan sin escucharse, parejas que se aman pero se destruyen mutuamente. Espejos de un matrimonio, el suyo, marcado por la pasión y la demolición de dos seres condenados a separarse para sobrevivir. Fueron los años de una vida itinerante de ciudad en ciudad, sin tener en cuenta los estudios interrumpidos de Maryann y la inestabilidad de los dos pequeños. Fueron los años de un alcoholismo rampante en los que Carver era más conocido por su dipsomanía que por las clases que impartía a sus alumnos. Eran los años en los que, presa de los celos, se abalanzaba contra su mujer para propinarle golpes secos, y estuvo a punto de matarla al cortarle una vena del cuello con un trozo de cristal. Fueron años en los que Raymond y Maryann eran una versión empobrecida y más descarnada del Jack Lemmon y la Lee Remick de Días de vino y rosas. Atrapados en la pestilencia del licor y los amaneceres resacosos que conducen a los pensamientos más negros. Como en la famosa película de Blake Edwards, para salir adelante uno de los dos debía quedarse atrás.

En 1977 Raymond Carver, aquejado de delirium tremens y a punto de perecer por los excesos, deja para siempre la bebida con la ayuda de Alcohólicos Anónimos y su adicción al tabaco y la marihuana como sustitutos de las copas, que lo tentaron hasta el final de sus días. En esta nueva andadura, que coincide con el reconocimiento de su obra y su inserción en un establisment literario a la altura de grandes como John Cheever, Richard Yates, Richard Ford o Tobias Wolff, le estorban más que nunca sus problemáticos hijos adolescentes y Maryann, que lucha a solas con un alcoholismo que posiblemente nació de la solidaridad suicida con su admirado esposo.

Si se va a ahondar en Carver el autor, es imprescindible mencionar a Gordon Lish, el editor estrella de la revista Esquire, especializado en descubrir nuevos valores literarios. Lo que se ha sabido con el tiempo, y Sklenicka explica puntillosamente, es que Lish, al menos en su caso, hacía profundas modificaciones a los relatos que publicaba. Por ejemplo, la colección "What we talk about when we talk about love" pasó por las manos de este hombre conocido como Captain Fiction, y sus correcciones iban más allá de las simples sugerencias. Lish cambiaba los títulos de los relatos, y llegó a eliminar párrafos enteros para poner ese toque minimalista que se convertiría en sello indiscutible del estilo de Carver. El autor, inseguro y temeroso de cerrarse las puertas en el mundillo editorial, se sometió a un trato humillante. Hoy en día se han publicado las dos versiones de sus cuentos (sin revisar y revisados por Lish), y de este modo el lector puede comprobar el curso perverso de esta malsana relación. Lo cierto es que Carver intentó en varias ocasiones apartarse del género del cuento para incursionar en la novela, pero la mezcla explosiva de sus vacilaciones y su casi permanente estado de embriaguez le impidió reunir la energía del corredor de fondo que exige el relato largo.

Por último, si nos referimos a Carver el literato no queda más remedio que pasar por la poetisa Tess Gallagher, a quien conoció un año después de haberse desintoxicado y con quien compartió la mejor época de una existencia que se truncaría muy pronto. Convivieron una década, y junto a ella ingresó en los circuitos de las charlas y los seminarios. Las clases magistrales en amables campus universitarios. Las cenas, excursiones y jornadas de pesca y caza con afamados colegas, como su buen amigo Richard Ford. O su amistad con Haruki Murakami. Por fin Raymond Carver se había sacudido su impronta de outsider eternamente mal vestido y lucía el tweed académico en las investiduras honoris causa. Del subsidio estatal pasó a la comodidad de los royalties y la beatificación en las páginas literarias del New York Times. Cuando le diagnostican un cáncer mortal de pulmón, en 1987, Carver hace un testamento a favor de su nueva esposa, a la que nombra beneficiaria de toda su obra y heredera de las propiedades que había adquirido. A su muerte, tanto sus hijos como Maryann perdieron todas las batallas legales contra su viuda. La madre de Raymond falleció unos años después en un asilo y sumida en la indigencia.

Habría preferido no haber leído esta exhaustiva biografía de Raymond Carver si mi intención fuera quedarme con el intenso recuerdo de cuando descubrí (hace ya mucho tiempo) sus colecciones de cuentos, tan pulidos y ceñidos en los desencuentros y el desamor que trepan por las paredes de esa suburbia enterrada en la América de las profundas decepciones. Todo tan diáfano y opaco. Habría deseado refugiarme en la falsa ingenuidad del lector que no ve más allá de las páginas ni adivina que no hubo cabida para la imaginación porque el autor todo lo vivió. Todo lo hizo padecer y todo lo hizo sufrir. Sus hijos fueron los juguetes maltrechos de un padre que nunca quiso jugar a las casitas. Y Maryann cayó herida en su más tierna juventud por el irresistible retrato del artista adolescente. Irónicamente, los portentosos relatos de Raymond Carver son el rastro amargo de los crímenes que cometió en nombre de la literatura. Es el dilema de siempre. Una vez más.


CAROL SKLENICKA: RAYMOND CARVER: A WRITER'S LIFE. Scribner (2009), 592 páginas.
0
comentarios