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GUERRA CIVIL

Requetés: guerra sin odio

En la guerra de trincheras de las primeras décadas del siglo XX, la comunicación por cable llegó a ser una pesadilla táctica y estratégica para los Estados Mayores. Las emisoras de radio portátiles acabaron con la sangría de técnicos que morían tratando de reparar las líneas telefónicas o telegráficas destruidas por el enemigo.


	En la guerra de trincheras de las primeras décadas del siglo XX, la comunicación por cable llegó a ser una pesadilla táctica y estratégica para los Estados Mayores. Las emisoras de radio portátiles acabaron con la sangría de técnicos que morían tratando de reparar las líneas telefónicas o telegráficas destruidas por el enemigo.

En la Guerra Civil, las unidades carlistas contaron con un sistema de comunicaciones moderno y óptimo para el tipo de lucha que se estaba desarrollando en el frente del Norte. Las radios de campaña operadas por los requetés estaban asociadas a un determinado tipo de guerra, del que los tercios carlistas fueron especialistas: la guerra de movilidad, de acción rápida en terrenos escarpados y condiciones difíciles.

Javier Nagore Yárnoz sirvió en una de esas unidades, Radio Requeté de Campaña, desde el principio de la contienda en Pamplona hasta la rendición de Madrid. Como operador, estuvo en la campaña del Norte, en Teruel, en la Batalla del Ebro y en la llegada de los nacionales al Mediterráneo y a Barcelona. Luchábamos sin odio es la memoria –a partir de sus diarios– de este joven requeté. Antes se tituló En la Primera de Navarra, pero era una edición difícil de encontrar. Áltera y el autor han tenido la feliz idea de reeditarla ahora. Con un magnífico prólogo del historiador Pascual Tamburri, que con su claridad habitual sitúa la obra en contexto.

En primera persona, entre las anécdotas –terribles y entrañables, tristes o alegres– propias de un diario de guerra, Nagore Yárnoz nos habla de la capacidad militar de los voluntarios carlistas –no sólo navarros, sino de toda España– para moverse y orientarse en terreno montañoso, desde Guipúzcoa hasta Asturias. Esto, unido a la determinación de los mandos militares -especialmente Rafael Valiño, huido de Zarauz y unido a Mola en Pamplona–, les permitió copar al enemigo, desarbolarlo y rendirlo con una rapidez que nadie podía prever.

Al menos dos causas explican el éxito de estas unidades populares. La primera es de orden, digamos, material, tenía que ver con la extracción vital y social de los requetés: procedentes de pueblitos y pequeñas capitales de provincia, acostumbrados a los rigores de la vida en el campo, manejaban con soltura valores como la disciplina, el sacrificio, el deber, la resistencia, y tenían una acusada capacidad de improvisar y adecuarse a las circunstancias inesperadas. La segunda es sin duda espiritual. A diferencia de su contraparte republicana, la milicia del requeté no luchaba para resistir, sino para vencer; no tenía en su imaginario la destrucción de un orden, sino la salvaguarda del que conocía; lo suyo era el modesto servicio, no el sacrificio máximo en honor de grandiosos ideales revolucionarios.

Para los teóricos de la guerra, la espiritualidad es un factor determinante en el campo de batalla; y en este caso la fe religiosa y el optimismo respecto del más allá proporcionaron una ventaja moral inapelable a estos alzados. El materialismo, el ateísmo y la obsesión por "proscribir a Dios porque Dios recuerda el deber" –escribe el autor con amargura y tristeza ante las horribles profanaciones– tenían las de perder. Y perdieron. Las enormes bajas de los tercios de Montejurra y Lácar –hacia la mitad de la guerra, tras la campaña del Norte, habían absorbido a la mayoría de los demás– en la Batalla del Ebro no acabaron con el ímpetu de los voluntarios, que se confesaban y comulgaban antes de salir de la trinchera.

La idea de recuperación o restauración se plasma en el curioso fenómeno de la ausencia de odio que encontramos en el título, y que efectivamente se desprende de todos los testimonios recogidos. La figura del enemigo, bien teorizada por Carl Schmitt por esa época, alcanza en la concepción de los requetés su máxima expresión, pues para ellos la enemistad se reducía, a fin de cuentas, a la política. Nagore Yárnoz –como en otro estilo Rafael García Serrano– muestra el drama de una lucha que era de amigos contra amigos –de hermanos contra hermanos, recuerda Tamburri–, lo que permitió limitar su hostilidad al tiempo de guerra. En pocas ocasiones se vio en el siglo XX un manejo así del concepto de guerra justa –causa necesaria, limitación de daños, reconocimiento del otro, último recurso–. El libro de Nagore Yárnoz, sin más pretensiones que la de ofrecer un testimonio personal, resulta al cabo un magnífico tratado al respecto, que incluye el reconocimiento de las virtudes de no pocas unidades enemigas.

A esos dos factores se añade un tercero. Como afirma Tamburri en el prólogo, no era suficiente con la voluntad, la fe y la capacidad casi innata de los requetés: "Hacía falta un verdadero Ejército, y la España de Franco empezó a crearlo en torno a dos núcleos: las curtidas fuerzas africanas y los voluntarios del Norte". Así que de las columnas de éstos surgieron las primeras cuatro Brigadas de Navarra, que en el transcurso de la guerra cambiaron considerablemente de composición y adscripción. Al final se habían convertido en Divisiones de Navarra, aunque en algunas de ellas la presencia de requetés era ya testimonial o inexistente; no en la Primera, claro. El libro de Nagore es un ir y venir de grupos, agrupaciones, divisiones y cuerpos de ejército de lado a lado, lo que muestra la racionalidad máxima de los nacionales en la utilización de sus recursos humanos, además de una capacidad logística notable.

Y es que los tercios de julio de 1936 –las más de las veces voluntarios que marchaban al frente enarbolando el Cristo de su localidad– fueron convenientemente encuadrados en un ejército profesional dirigido por profesionales; otra clave del éxito, porque si bien en el campo contrario había más generales que en el sublevado –nos recuerda Tamburri–, fue en éste donde ni la política ni la ideología interfirieron en el normal desarrollo de las campañas.

En el libro se plasma otra característica más de estas unidades: la particular relación de los requetés con los mandos militares. Los primeros confiaban casi ciegamente en los segundos, y éstos cuidaron al máximo a las unidades de aquéllos, para las que no escatimaron elogios, homenajes y reconocimientos, que culminaron con la concesión a Navarra de la Cruz Laureada de San Fernando. No era para menos: los requetés, movilizados por decenas de miles, sufrieron un número de bajas superior al de las banderas de la Legión, con las que lucharon codo con codo en primera línea.

En fin: uno de los efectos no previstos de la Ley de Memoria Histórica ha sido la recuperación del interés por aspectos de la Guerra Civil maltratados, manipulados o ignorados por la historiografía oficial. El carácter eminentemente popular del bando nacional, al menos en el Norte, es quizá el mayor, por las implicaciones políticas actuales; esas que Pío Moa subraya con enorme acierto y que son la clave del asunto. En relación con las milicias populares en la guerra, el efecto boomerang de la memoria histórica alumbró el año pasado el libro Requetés, de las trincheras al olvido, monumental e imprescindible obra para entender el qué, el por qué y el para qué de esa media España levantada en armas. Luchábamos sin odio, testimonio más minucioso, complejo y pegado al terreno, vuelve a esos mismos valores por los que los requetés abandonaron sus labores en el campo para luchar tres años...y volver después a ellas, dejándose miles de muertos en los campos de batalla y contribuyendo decisivamente a la victoria de un bando sobre el otro.

 

JAVIER NAGORE YÁRNOZ: LUCHÁBAMOS SIN ODIO. Áltera (Barcelona), 2011, 408 páginas.

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