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LIBRERÍA DE VIEJO

S. J. Lec: el siglo XX y otras calamidades

Descubrí los aforismos de Stanislaw Jerzy Lec (1909-1966) gracias a E. Palka, que me habló de ellos en Cracovia hacia 1992. Era verano, toda la gente iba comiendo plátanos por la calle (parece que hacía tiempo que no llegaban a Polonia, y la gente se apresuraba a comérselos antes de que se acabaran; en aquella época Polonia era el país del Nie ma ["No queda"]).

Descubrí los aforismos de Stanislaw Jerzy Lec (1909-1966) gracias a E. Palka, que me habló de ellos en Cracovia hacia 1992. Era verano, toda la gente iba comiendo plátanos por la calle (parece que hacía tiempo que no llegaban a Polonia, y la gente se apresuraba a comérselos antes de que se acabaran; en aquella época Polonia era el país del Nie ma ["No queda"]).
Stanislaw Jerzy Lec.

En uno de los puestecillos de libros que había en un pasaje de la Rynek Glowny me hice con un ejemplar de Mysli nieuczesane ("Pensamientos despeinados"), impreso en una especie de papel de estraza y con una horrible cubierta que ahora me parece un prodigio de inventiva en tiempos de carencia. Con mi "polaco de supervivencia" (así se llamaba) y un diccionario, me fui dando cuenta de cómo los polacos habían podido sobrevivir al comunismo gracias a libros como este, y que tenía que traducirlo al español.

Después he comprobado que no estaba solo en mi admiración por este Cioran polaco. Umberto Eco lo prefiere a Karl Kraus. Claude Roy lo ha hermanado con Lichtenberg, Bergamín o Jacques Vaché, maestros de la máxima-bisturí, que también armaron su honda con munición lapidaria. Czeslaw Milosz ha dicho: "La severidad de sus aforismos hace pensar en la crueldad de las bromas callejeras de Varsovia, en la agudeza del espíritu vienés y en el humor judío".

Lec vivió experiencias capaces de marcar a cualquiera: un campo de concentración nazi, una guerra de maquis, la versión polaca del estalinismo... Sus amigos lo llamaban "barón Letz" (su verdadero apellido era De Tursch-Letz), y había nacido el 6 de marzo de 1909 en el seno de una rica familia judía de Lwów, entonces parte del Imperio Austrohúngaro con el nombre de Lemberg. El tipógrafo polaco Mariano Rawicz, nacido en la misma ciudad unos años después, y que trabajó en España durante la República y la Guerra Civil (La Veleta, colección granadina que dirige Andrés Trapiello, editó hace unos años sus memorias), ha escrito: "Una persona nacida en Lwów en 1914 y que no se haya movido de allí durante treinta años habrá sufrido en este intervalo no menos de ocho cambios de nacionalidad". Lec hará de su infancia y juventud austrohúngaras un jardín de la memoria bajo la especie de Austria felix, y mantendrá el retrato de Francisco José sobre su escritorio hasta la muerte. En esto se asemeja a otros escritores de su generación.

Libertario y escéptico (¿libertariano?), Lec es uno más de los escritores que aprovechan el paréntesis de Gomulka (1956) para sacar a la luz una exploración irónica de la realidad absurda del totalitarismo, momento con el que, de un modo u otro, están relacionados los cuentos de Slawomir Mrozek o los poemas de Wislawa Szymborska. La primera edición de los aforismos es de 1957, e hizo que muchos se dieran cuenta de la profundidad que encerraban: decían más de la calamitosa experiencia del siglo XX que gruesos volúmenes académicos. Los aforismos de Lec podrían llevar como subtítulo el de un libro del marqués de Tamarón: "El siglo XX y otras calamidades".

Algunos pensaron que las frases de Lec no tenían otro objeto que el de ridiculizar los dogmas del estalinismo ("El triunfo del conocimiento sobre el ser humano: los dosieres de la policía secreta"). Sin embargo, si Lec se limitara a una refutación del sistema que esclavizó a los países del este de Europa hasta que en la puerta de Brandenburgo se escuchó aquel "Mr. Gorbachov, tear down this wall", hoy en día no seguiríamos leyéndolo con el mismo asombro agradecido. Su crítica no va dirigida contra tal o cual sistema político o moral (que también), sino contra el mecanismo de cualquier sistema totalitario o dogmático. Se trata de una causa general del componente absurdo que tiene lo real. Si Aleksander Wat dibuja un cuadro espiritual del siglo XX en Mi siglo. Confesiones de un intelectual europeo (editado en 2009 por Acantilado), Lec toma el dibujo y le pone de marco un ataúd.

Traducir a Lec fue para mí una experiencia importante. Lo hice en Cracovia en 1995 (luego terminé en Granada con la ayuda de Anna Luzny) durante un par de meses en el castillo de Przegorzaly, donde se supone que estaba para estudiar cultura polaca. Conservo todavía la agenda universitaria de tapas azules en las que iba transcribiendo las frases, en una esquina del café del castillo, saliendo de vez en cuando a la terraza desde la que se tenía una panorámica a vista de águila del Vístula. Para bajar a Cracovia había que tomar un autobús de línea después de bajar por una ladera más de quince minutos, entre la nieve, como un Robert Walser cualquiera, rompiéndose los pantalones con las matas de brezo y evitando resbalar en la nieve; el café era otra cosa, cristales esmerilados, siempre un Joseph Roth (¿imaginario?) sentado al lado. Un libro o es parte de tu vida o no merece la pena.

También traduje una parte en los cafés de Cracovia, en servilletas, como había hecho el propio Lec (en 2009 se celebró el centenario de su nacimiento y salió una nueva edición completa, en Noir sur Blanc, con los aforismos de las servilletas: Mysli nieuczesane odczytane z notesów i serwetek), que duplican el corpus disponible. Me han ofrecido publicar esta parte, pero la editorial que tiene los derechos pide demasiado por ellos.

Los pensamientos de Lec admiran por su sarcasmo y lucidez. Sus personajes son recurrentes –tiranos, caníbales, eunucos mentales y morales ("¿Que me aprecia mucho? Lo sé, seguro que pediría más de 30 monedas"), es decir, arquetipos de la gente que encontramos en la vida pública, en la calle, en el trabajo–, y en ellos reconocemos los mismos caracteres que en su teatro de marionetas (¿un Valle-Inclán con principios?). La impresión que nos deja la lectura de estos aforismos es la de una visión pesimista (moral, realista) de la condición humana. Pero Lec no da lecciones, no es un predicador, se limita a constatar el inquietante dominio de la irracionalidad, la mentira y la estupidez en el laberinto del mundo, e intenta encontrar en la observación sarcástica su hilo de Ariadna. Uno de sus temas recurrentes es la libertad:

¿Cómo reconocen la libertad los que nunca la han conocido? Pueden maliciarse que se trata de otra de las máscaras del tirano.

¿Los pensamientos están libres de impuestos? Cuando no pasan la frontera.

Los que con más frecuencia pierden la libertad, son los que la anhelan.

¡Equivócate colectivamente!

Y así nos dice, a modo de resumen:

No os dejéis imponer la libertad de expresión antes que la libertad de pensamiento.

S. J. LEC: PENSAMIENTOS DESPEINADOS. Península (Barcelona), 1996. Selección y edición de EMILIO QUINTANA. Traducción de EMILIO QUINTANA y ANNA LUZNY.

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