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DÍA DEL LIBRO

San Jorge con crema catalana

23 de abril: se cumplen veintiocho años de la muerte de Josep Pla. Accesoriamente, también es el Día del Libro, esa matrioska en la que caben, qué más da en qué orden, las más pintorescas efemérides: los 393 años de la muerte de William Shakespeare y el entierro de Miguel de Cervantes, los 14 de la declaración por la Unesco del Día Internacional del Libro, la entrega oficial, desde hace siete lustros, del Premio Cervantes...

23 de abril: se cumplen veintiocho años de la muerte de Josep Pla. Accesoriamente, también es el Día del Libro, esa matrioska en la que caben, qué más da en qué orden, las más pintorescas efemérides: los 393 años de la muerte de William Shakespeare y el entierro de Miguel de Cervantes, los 14 de la declaración por la Unesco del Día Internacional del Libro, la entrega oficial, desde hace siete lustros, del Premio Cervantes...
La costumbre de consagrar un día al libro es originalmente catalana. O barcelonesa. O, mejor dicho, ni lo uno ni lo otro, ya que el autor del invento, un periodista llamado Vicente Clavel, era valenciano. (Ay, qué habría sido de las esencias patrias catalanas sin el aporte de los valencianos, de Joanot Martorell a Joan Fuster y la incomparable Isabel-Clara Simó...). En todo caso, la fiesta del libro y la rosa, el dragón y la doncella, Sant Jordi y cierra Cataluña, es la matrioska original, la madre de todas las matrioskas librescas. Preñada de tópicos y promesas, desde el fomento de la lectura hasta la salud económica del sector editorial. Como no puede ser de otro modo. Porque el libro que celebra el Día del Libro no es un objeto, sino otra cosa. Por ejemplo, una metonimia.

Admitamos que es una metonimia. Pero si en "La mejor pluma de la literatura universal es Cervantes [o Shakespeare]" pluma es metonimia transparente, ¿de qué puede ser metonimia "el Día del Libro catalán"? Hay varias opciones, según se prefiera esta o aquella otra muñequita rusa. Voy a extraer del vientre de la matrioska mi favorita: la muñequita patriótica.

Es una muñeca muy divertida, quiero decir que es capaz de divertir (ocasionalmente también, aunque no sea esa su intención, de instruir). Para empezar, viene provista de un kit con los más variados complementos: desde símbolos medievales (San Jorge, el dragón y la doncella), color local y anacronismos (incluso Bernardo Atxaga, cultor de anacronismos vascuences, se mostraba ayer sorprendido por que se siga llamando pregonero al encargado de la ritual conferencia sobre la lectura que da inicio a la fiesta), hasta conjuros mágicos contra la crisis, confeccionados con millones de pétalos de rosa y millares de libros vendidos. Como se ve, es una muñeca, además, con mañas de brujería.

Confieso que ni el folclore ni las supersticiones son mi fuerte. ¿Será por eso que siempre me he sentido incómoda en Sant Jordi? A saber. Pero el kit de la muñeca incluye otros aderezos, digamos, menos vulgarmente anacrónicos y declaradamente nacionalistas. Es decir, igualmente irracionales, pero aggiornati a los usos y costumbres actuales de la nación catalana. Que es otra metonimia, por cierto.

El más llamativo de esos aderezos lleva por nombre "la edición en Cataluña", o también, alternativamente, "las editoriales catalanas". Más que aderezo, es mezcolanza. Por un lado, la confusión de siempre: se está dispuesto a meter en el mismo saco a todas las editoriales, publiquen libros en castellano o en catalán, cuando lo que interesa es sacar pecho y pregonar (sí, Atxaga, esta es la especialidad local) que Barcelona o Cataluña o ambas siguen siendo el ombligo de la edición en España. Aparte el hecho de que esta afirmación es meramente retórica (las editoriales con sede en Cataluña representan aproximadamente 35% del total de editoriales españolas), lo llamativo, en este caso, es que todos los gatos sean igual de pardos y aceptables como tales para los mismos que se la pasan reclamando un estatus especial para la edición y los libros en catalán. Sin buscar más lejos, para el Instituto Ramon Llull, que publicaba en su web estos datos hace dos años, mientras simultáneamente hacía campaña para llevar a la Feria del Libro de Frankfurt sólo a autores de lengua catalana.

Hay que saber que la edición de libros en Cataluña, que adolece de los mismos males que en el resto de España (tiradas muy cortas, ritmos de devolución acelerados, ausencia de políticas coherentes y unificadas de adquisición de fondos para bibliotecas a nivel estatal, por citar sólo los más notorios), cuenta con importantes ayudas y subvenciones, con la particularidad, como no podía ser de otro modo, de que están destinadas exclusivamente a la edición de libros en catalán. Una práctica institucionalizada por los gobiernos de CiU pero notablemente perfeccionada desde que los socialistas llegaron al poder: si antes la Generalitat daba dinero a cambio de títulos (una política desastrosa, responsable de que el gobierno catalán hubiera acumulado, hasta 2004, un stock de más de 200.000 ejemplares invendidos y la mayoría invendibles), con los tripartitos se ha pasado a subvencionar cualquier título en catalán con tiradas entre 1.000 y 3.500 ejemplares.

A pesar del maná de dinero público que los gobiernos catalanes dedican a fomentar selectivamente la edición en catalán y sólo en catalán, las cifras de ventas de libros en esta lengua han crecido muy modesta y marginalmente. Es más, según informes del Gremio de Editores en catalán, aunque la tendencia de los años 1999-2003 (que fue bajista para todo el sector, en catalán y castellano) ha registrado una leve mejoría, se mantiene incambiada en lo esencial: no sólo no ha variado el porcentaje de los lectores en catalán (menos de 50%), sino que el precio de los libros en esta lengua sigue siendo superior al de los libros en castellano. Y si ha aumentado el número de títulos vivos en catálogo, las tiradas o no aumentan o incluso disminuyen.

En resumen: el panorama sigue siendo el mismo. Una administración empeñada en hacer ingeniería cultural sin tomar en cuenta la realidad del mercado. Y además resulta que esa realidad, en Cataluña, es contraria a los deseos de los nacionalistas: los catalanes, mayoritariamente, prefieren leer libros en castellano.

Este Sant Jordi será un Sant Jordi más: se venderán libros, más o menos que el año pasado, pero sobre todo libros en castellano. No es de extrañar: Barcelona sigue acogiendo a dos de los mayores grupos editoriales en esta lengua a nivel mundial (Planeta y Random House Mondadori), con su pléyade de editoriales literarias engullidas y convertidas en sellos editoriales, y a editoriales aún independientes, como Anagrama, Tusquets o Acantilado. Todos estos editores intentan captar parte del maná oficial, asociándose con editores catalanes para el lanzamiento conjunto de títulos señalados, y en el caso de Planeta directamente absorbiendo, como decidió Lara hace un par de años, el mayor grupo editorial en catalán, Grup 62.

A nuestra muñequita ya pueden disfrazarla de caganer o ponerla a bailar sardanas los muníficos gestores de la cosa nostra catalana: como no obliguen por ley a los ciudadanos a leer en catalán, van a tenerlo un poco difícil. Y ya pueden decir los Marsé y Matute que no hay problemas con el castellano en Cataluña: cada quien es libre de falsear la realidad a su conveniencia o según sus intereses. Pero el hecho es que hoy el Premio Cervantes ha sido entregado a un señor de Barcelona que siempre ha escrito en la lengua de cultura mayoritaria en Cataluña, y Ana María Matute, que jamás ha publicado una línea en catalán, ha recibido la Cruz de Sant Jordi, otro símbolo de las esencias patrias. Otra cosa es que en sus recientes declaraciones hayan incumplido la primera obligación para un escritor, que según Pla consistía en "observar, relatar y manifestar la época en la que vive".
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