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EL VÉRTIGO

Siberia, el infierno helado

Kírov, secretario general del Comité Central del partido comunista bolchevique, fue asesinado el 1 de diciembre de 1934. Poco después se desencadenaron las tristemente famosas purgas de Stalin. Una de sus víctimas, y no de las menos arbitrarias, fue una joven profesora de Historia y Literatura de la Universidad de Kazán, Evgenia Ginzburg.

Kírov, secretario general del Comité Central del partido comunista bolchevique, fue asesinado el 1 de diciembre de 1934. Poco después se desencadenaron las tristemente famosas purgas de Stalin. Una de sus víctimas, y no de las menos arbitrarias, fue una joven profesora de Historia y Literatura de la Universidad de Kazán, Evgenia Ginzburg.
Evgenia Ginzburg.
Al principio, esta comunista convencida y cumplidora de sus obligaciones con el Partido no entendía lo que le estaba pasando. Tuvo dieciocho años para enterarse, diez de los cuales fueron de trabajos forzados. De su terrible experiencia, similar a la de tantos millones de seres humanos, es fruto este libro que hoy reseñamos. Libro que en realidad son dos: El vértigo propiamente dicho, que sería el primer tomo de sus memorias, y El cielo de Siberia, segundo y último.
 
La autora murió en 1977 sin verlos publicados en Rusia, donde sólo circulaban copias clandestinas incompletas. Sin embargo, en España Fernando Gutiérrez había traducido El vértigo en 1967 para Noguer, y unos años después Enrique Sordo tradujo la segunda parte en 1980 para Argos Vergara. Sólo el primero conoció una reedición, en 1974.
 
A nadie se le ocultará que estos libros no fueron recibidos con gran entusiasmo en sus respectivas fechas de aparición, y no dudo de que en parte fue debido a la acendrada y cerril tradición prosoviética de la izquierda española, que –primero durante el franquismo, desde la clandestinidad, y después ya en la democracia, a cara descubierta– era la que en realidad marcaba la pauta del buen leer y el mejor pensar del ciudadano medio.
 
Ya se había encargado Juan Benet, con aquel repelente artículo contra Sozhenitsyn (Tusquets acaba de reeditar los dos primeros tomos del El archipiélago Gulag), de ahuyentar por unos cuantos años –prácticamente hasta hace nada– cualquier interés por el espantoso destino de las víctimas y de ridiculizar a los testigos de esos "otros campos", que no tuvieron ni un Nuremberg ni la apoyatura mediática de "los primeros campos" (esto es, los campos de exterminio nacionalsocialistas) que ayudara a denunciarlos.
 
Tampoco las víctimas de los nazis consiguieron convencer a la primera de cambio, entre otras cosas por esa especie de renuencia que tienen las víctimas a hablar de las sevicias a que han sido sometidas –y que siempre necesitan distancia–, unida a esa otra especie de desazón de los demás ante las cosas desagradables, especialmente si han sucedido, por así decirlo, delante de sus narices y sin que se haya hecho nada por evitarlo.
 
Wladislaw Szpilman.Como observa acertadamente Antonio Muñoz Molina, esta mezcla de vergüenza y culpabilidad se dan de manera muy evidente en el presente testimonio, al que no basta con calificar de estremecedor. Es cierto que hay algunos aspectos irritantes en él, especialmente cuando la autora se obstina en seguir creyendo en un “comunismo verdadero” que dé cuenta de los excesos del estalinismo y los castigue, pero puede más la terrible experiencia y el relato pormenorizado de lo sufrido, que en el presente caso se beneficia de un talento especial para la descripción cruda y dura.
 
Esa aparente asepsia descriptiva, lejos de atenuarlo, incrementa el espanto de lo relatado: niños, mujeres, hombres desposeídos de su condición humana, sometidos a toda clase de tormentos continuados. Lo que nos cuenta Ginzburg ya lo habíamos visto en otra parte. Lo habíamos leído en El pianista del gueto de Varsovia, de Wladyslaw Szpilman, por citar un ejemplo del otro extremo del arco, y en el que ahora nos ocupa lo habíamos leído en Vida y destino, de Vassili Grossman, en Un día en la vida de Iván Denisovich, de Solzhenitsyn, Prisionera de Stalin y Hitler, de Margarete Buber-Neumann, también traducido al español en los años 70 y que va a ser rescatado por el Círculo próximamente, en esta misma colección de "biografías, memorias y testimonios".
 
Son otros tantos esfuerzos por levantar un "mapa del mal", esta vez en territorio soviético, hasta ahora poco conocido. Ya nos habíamos indignado por la terrible injusticia de que ese mal haya sido ignorado, minimizado o, lo que es peor, sistemáticamente negado. Sabemos que hay una corriente negacionista relacionada con los campos de exterminio nazis, y que esa postura constituye incluso un delito, Auschwitzlüge; sin embargo, frente al terror comunista el negacionismo no es doctrina prohibida, sino admitida e incluso aplaudida, como vimos con Sartre, con Benet y con tantos otros destructores morales, y como vemos todavía con esos "tontos útiles" que jalean y financian a Fidel Castro.
 
Los dieciocho años pasados por la autora en ese "infierno helado", terrible oxímoron que no es un exceso de poesía barroca sino una definición perfecta de un lugar real y de una historia también real y espeluznante, son suficientes para convencer a cualquiera, incluso a las personas más cerradas al testimonio de los sentidos, y no era el caso.
 
Cualquiera que lea este libro se dará cuenta de hasta qué punto era Evgenia mucho más víctima que verdugo. Sin embargo, ella no lo tenía tan claro. Vean cuán cierto es esto en el siguiente extracto de la segunda parte de las memorias. En el capítulo titulado 'Mea culpa', Evgenia se pregunta si la necesidad de arrepentirse y de confesarse es una constante del alma humana, y concluye (págs. 560-561):
 
"En el insomnio, la conciencia no se consuela por no haber participado directamente en los asesinatos y en las traiciones. Porque no sólo mata el que asesta el golpe, sino los que han avivado su odio. De un modo u otro. Repitiendo irreflexivamente peligrosas fórmulas teóricas. Levantando en silencio la mano derecha. Escribiendo cobardemente una verdad a medias. Mea culpa… Y creo cada vez más, que dieciocho años de infierno en la tierra no bastan para una culpa como ésta".
 
Se equivocaba, pero de haber sido realmente culpable de algo bastarían estas pocas líneas para redimirla de una vez por todas.
 
 
Evgenia Ginzburg, El Vértigo, Barcelona, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2005, 854 páginas. Traducción de Frenando Gutiérrez y Enrique Sordo, prólogo de Antonio Muñoz Molina.
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