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CÓMIC

Superman, comunista

¿Y si Superman, en lugar de caer en Smallville, Kansas, lo hubiese hecho en Ucrania en tiempos de la Unión Soviética? ¿Y si el comunismo fuera posible bajo el liderazgo del camarada Kryptonita? Lo de Ucrania hubiese sido una ucronía. La que ha imaginado Mark Millar en Superman: Hijo Rojo, un tebeo en forma de miniserie para DC Comic.


	¿Y si Superman, en lugar de caer en Smallville, Kansas, lo hubiese hecho en Ucrania en tiempos de la Unión Soviética? ¿Y si el comunismo fuera posible bajo el liderazgo del camarada Kryptonita? Lo de Ucrania hubiese sido una ucronía. La que ha imaginado Mark Millar en Superman: Hijo Rojo, un tebeo en forma de miniserie para DC Comic.

Una vez que Kal-El cae en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (solo el nombre ya es malvado), se educa en el Bolshevik Way of Life: confianza ciega en el líder, subordinación del individuo a la comunidad y aplicación del principio comunista "De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad". Así que, en lugar de una individualista y pequeñoburguesa S, en el pecho luce la hoz y el martillo, tan colectivos y proletarios ellos.

Millar nos quita la venda de los ojos: Superman siempre fue un comunista avant la lettre. Tras esa combinación de superpoderes y bonhomía se esconde la más pura expresión del buen salvaje roussoniano, por fin en el cargo más apropiado para el que encarna a la perfección la vanguardia del proletariado, aquel concepto leninista que designaba a los que tenían la misión de conducir a las masas sin caer en la burocratización, ya que su objetivo consistía precisamente en impulsar al pueblo hacia delante.

Dicen que soy un soldado, pero eso no es cierto. Nunca he sido soldado. Un soldado cumple órdenes, conoce y odia a su enemigo, lucha y muere por su gente. Yo solo lucho por lo correcto.

En una entrevista de los años 60, Friedrich Hayek explicaba que la imposibilidad técnica del socialismo residía en que

supone que una autoridad central única puede utilizar todo el conocimiento disponible, y pasa por alto que la sociedad moderna (...) supera la capacidad de cualquier mente individual, ya que se basa en la utilización de un conocimiento ampliamente disperso. Y una vez que somos conscientes de que podemos sacar un gran provecho de los recursos disponibles solo porque utilizamos el conocimiento de millones de hombres, queda claro que la suposición del socialismo de que una autoridad central puede disponer de todo este conocimiento, simplemente, no es correcta.

De las palabras de Hayek se sigue que en el Cielo, bajo la omnisciencia de Dios, rige un sistema socialista (de ahí lo de los ricos, los camellos y el ojo de la aguja), y que si tuviéramos un equivalente aquí y ahora de la infinita capacidad divina para procesar información también podríamos disfrutar de las bondades de la producción para el uso en lugar de para el lucro. Y lo más cercano que tenemos a los superpoderes teológicos de Dios es Superman. El Sistema solo funcionará a la perfección cuando haya alguien perfecto dirigiéndolo. Superman comprende que su microfilantropía, la labor de ir poniendo parches y ayudando puntualmente en situaciones concretas, será una labor infinita y, lo que es peor, inútil. Así que, aunque no quiera, se sacrificará por la Humanidad. Ay. La secuencia, niño hambriento por medio, es magistral y una ironía maravillosa respecto de los equivalentes de toda la comiquería de superhéroes, con Superman alzando el vuelo, brazo en alto como en el saludo fascista (puño o palma, de lo que se trata es de golpear), con los retratos gigantes de Lenin y Stalin a sus espaldas.

Su alter ego en la democracia liberal y capitalista de los Estados Unidos de América es su oponente simétrico: el también inteligentísimo aunque muy malvado Lex Luthor. Si Kant conjeturó que una sociedad liberal podría estar compuesta por demonios inteligentes, el corolario indiscutible sería que el más infernal y más listo de todo el pandemonio fuera el líder de Demoniolandia. Pues ese es Luthor, un trasunto de una combinación de Albert Einstein, Nikola Tesla, Bobby Fisher y Henry Kissinger.

¿No es fantástico? Tenemos un líder comunista bueno dirigiendo una dictadura platónica, el sabio pastoreando al pueblo en beneficio del pueblo pero sin el pueblo, y a un líder de una democracia liberal de mercado que se niega a dar un golpe de estado para así detentar el poder absoluto.

Solo nos falta el terrorista anarquista. Es decir, Batman. Como en el caso del original, sus padres también fueron asesinados; pero en su caso no fue al azar, víctimas del vulgar asalto de un muerto de hambre, sino que los masacraron por ser unos disidentes al sistema comunista: los pillaron con las manos en la masa mientras imprimían unos pasquines anti...Superman.

Haciendo gala de un delicioso humor negro, Mark Millar muestra en Superman: Hijo Rojo los ingredientes fundamentales de la lucha de ideas crucial que se desarrolló entre los sistemas estatistas (comunistas y fascistas) y los liberales en el siglo XX. En su mundo paralelo de la ficción, la historia se ha dado la vuelta y el planeta entero, bajo la dictadura benevolente y férrea de Superman, ha abrazado el comunismo, salvo los Estados Unidos y Chile (¿un guiño a Hayek y Milton Friedman?), más por chulería que por racionalidad, ya que se encuentra "al borde del desmoronamiento fiscal y social".

En el conflicto entre libertad y eficiencia, Millar tiene claro lo que la gente elegiría:

El resto del mundo ofreció un control total a Superman, y observaron sorprendidos mientras él reconstruía sus ciudades y llevaba sus asuntos de forma más eficiente de lo que podría hacer cualquier humano. La pobreza, la enfermedad y la ignorancia han sido casi por completo eliminadas de los países del Pacto de Varsovia. La desobediencia al partido también ha sido prácticamente eliminada.

Ojito con la libertad de expresión, que podría considerarse como "incitación a la desobediencia" y llevarte a ser un zombi lobotomizado. Pero, como decía Kant, es tan cómodo ser un menor de edad... Superman se pregunta si no está interfiriendo demasiado en la libertad humana:

Ya nadie lleva el cinturón de seguridad, ni chaleco salvavidas... A veces me preocupa que le guste a la gente.

Para los disidentes de la Utopía siempre hay disponible una ración de mano dura y neurocirugía avanzada, a fin de convertirlos en trabajadores productivos y camaradas solidarios.

En lo que resulta ser una de las más complejas y divertidas versiones del Big Brother orwelliano, "Superman is watching you", esta mezcla de cómic y política que ha emprendido Mark Millar nos sirve para vacunarnos, una vez más y las que sean necesarias, contra el vicio tribal de esperar que un Elegido venga a salvarnos. Porque en caso contrario nos pasará que un día despertaremos y Superman seguirá allí, vigilándonos estrecha y amorosamente. Y más te valdrá entonces, camarada, echarte a dormir de nuevo.

En mi 63º cumpleaños el mundo contenía casi seis mil millones de comunistas. Moscú funcionaba con la precisión de un reloj suizo, como cualquier otra ciudad de la Unión Soviética Mundial. Todos los adultos tenían trabajo, todos los niños un hobby, toda la población dormía las ocho horas que requería el cuerpo. El crimen no existía. No había accidentes. Ni siquiera llovía si alguien no llevaba paraguas. Seis mil millones de ciudadanos y casi ninguno se quejaba. Ni en privado.

La argucia final de Lex Luthor para enfrentarse a Superman es que elige un tablero donde lo que importa no es la fuerza física ni la inteligencia instrumental, sino la sabiduría... moral. En el tablero de la ética se decidirá el destino de la humanidad. Jaque mate, Superman.

 

MARK MILLAR: SUPERMAN: HIJO ROJO. Planeta Deagostini (Barcelona), 160 páginas.

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