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CRÓNICAS EXTRAVAGANTES

Un escritor joven y fértil

El libro se abre con una narración, una crónica extravagante por verdadera y bella, sobre Manila y Acapulco. La idea, la estética y, en fin, lo más logrado de este artista ya está contenido en ese comienzo. Aquilino Duque narra con precisión de historiador y explica con rima poética. La lectura de este libro enseña y entretiene. Es un libro limpio y transparente. La sospecha moral, esa apoteosis de la maldad occidental, no figura en el diccionario particular de la obra de Duque.

El libro se abre con una narración, una crónica extravagante por verdadera y bella, sobre Manila y Acapulco. La idea, la estética y, en fin, lo más logrado de este artista ya está contenido en ese comienzo. Aquilino Duque narra con precisión de historiador y explica con rima poética. La lectura de este libro enseña y entretiene. Es un libro limpio y transparente. La sospecha moral, esa apoteosis de la maldad occidental, no figura en el diccionario particular de la obra de Duque.
El ser es, como dijo el filósofo, el aparecer. Todo está a la vista; detrás no hay nada, excepto palabras, sí, palabras llenas de Verdad y Belleza. Bastan esos dos substantivos, y escritos en ese orden, para expresar el contenido de esta primera crónica. Y de todo el libro. El libro está atravesado por la mirada limpia del autor.
 
Nada más leer esa primera historia, escrita a mitad de camino entre Heródoto y Tácito, una bella metáfora sobre el esplendor y el ocaso de España, una nación que hizo plausible una civilización globalizada, universal, tuve la necesidad imperiosa de dársela a mi hijo, que estaba metido de lleno en la lectura de los primeros Episodios Nacionales de Pérez Galdós. Quería hacerlo partícipe de esa crónica extravagante, un nuevo Episodio Nacional, de Aquilino Duque sobre la nación donde nunca se ponía el sol. Rodrigo, que tiene doce años, leyó el capítulo con la misma avidez que lo hace con Galdós, y me comentó: "Aquilino dice frases tan bonitas como Galdós y, además, parece que todo es verdad". Me devolvió el libro y siguió leyendo a Galdós.
 
Espero que la lectura de ese capítulo de Duque, por una feliz coincidencia de lecturas, quede siempre integrada para mi hijo en la estela de la literatura de Galdós: rigor histórico, viveza, y recreación poética. La voluntad narradora de los dos autores está marcada por la autenticidad y belleza de aquello que se describe. En efecto, seguí leyendo y, al final, le di la razón a Rodrigo: bello y verdadero. Esa primera crónica que abre el libro es todo un fresco histórico de lo que vendrá después. Cuenta con verdad que los viajes por el mundo y por los libros, por las tierras desconocidas y por las ideas de otros, en fin, por las creencias y filosofías más lejanas a nosotros sólo tiene un objetivo, responder a una pregunta infantil: ¿de dónde ha salido esa gente? ¿Qué relación tengo yo con esa gente? ¿De dónde vienen esas naves que veo a lo lejos? ¿A dónde va la nao de China? ¿Hay otros mundos más de allá de lo que ven mis ojos?
 
Y es que, en verdad, este libro parece escrito por un hombre muy joven y lleno de preguntas infantiles. Sí, sí, preguntas y, por supuesto, respuestas llenas de entusiasmo y apasionamiento infantil y juvenil es lo que hallaremos en esta obra. Duque es, aunque naciera en 1931, un autor muy joven. Conserva intacto el apasionamiento y el entusiasmo en todo lo que escribe y, seguramente, en todo lo que hace. Aquilino Duque es uno de los autores más jóvenes que hay en España. Acaso por eso en esta obra sobresale su ingenuidad y apasionamiento. Está escrita con la pulcritud de las preguntas de los niños. Es una obra libre de prejuicios y dogmas. Es un libro genuinamente heterodoxo. No enseña sino que sugiere, no teoriza sino que muestra. No es un saber sino una meditación hispánica. Pensar para vivir. La teoría, el saber, no es nada para Duque sino sirve para la vida. Es una obra auténtica. Es un libro, como dirían los imbéciles, políticamente incorrecto.
 
Sus visiones y opiniones de México o de EEUU, de Dionisio Ridruejo o de Jesús Aguirre, de Leningrado o de Bilbao, de Bulgaria o de Cuba, en fin, de todo lo que toca y ve, lee y prueba, son vitales y cultas. Es un libro lleno de sabiduría. Son historias, cuentos, en fin, crónicas extravagantes. Reales. De novela; o mejor, de grandes novelas. Estos relatos están aquí, exactamente, en un libro que pasará por ser literatura de viajes, pero podrían perfectamente aparecer en un libro de genuina historia, sí, de relatos y cuentos al modo de Heródoto. Aquilino, como un nuevo Heródoto, cuenta y cuenta sobre todo lo que ve, oye y lee. Son historias, sí, relatos y más relatos interminables, que son servidos a veces poéticamente, y otras dramáticamente, pero siempre tienen un principio, un desarrollo y un final. Y también siempre se aprende del relato de Duque sin que aparezca explícito el más mínimo afán didáctico. Al contrario, es la ironía su gran mayéutica y la piedad su mejor manera de acercarse a los otros, incluido sus adversarios.
 
El poder de síntesis, de poesía, de dar con la palabra precisa y el concepto exacto para describir una ciudad, un paisaje o la opinión de un personaje, no se pierde jamás por la voluntad de ilustrar. Es de agradecer en un mundo poblado de dogmáticos. Obra, en fin, cosmopolita e imprescindible para zarandear, descongestionar y exponer a nuevos vientos una sociedad embrutecida, enajenada y fosilizada.
 
 
AQUILINO DUQUE: CRÓNICAS EXTRAVAGANTES. Encuentro (Madrid), 2008, 212 páginas.
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