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CICATRICES DE GUERRA, HERIDAS DE PAZ

Un pensamiento sin cicatrizar

El nuevo libro de Shlomo ben Ami, Cicatrices de guerra, heridas de paz, es el tercero de una trilogía compuesta también por Israel, entre la guerra y la paz y ¿Cuál es el futuro de Israel? Ben Ami, además de ser un destacado intelectual hispanista y un reflexivo historiador del conflicto árabe-israelí, ha ocupado distintos cargos en el Gobierno de Israel: desde asesor de Itzak Shamir en las conversaciones de paz de Madrid (1991) hasta ministro de Exteriores y de Seguridad Pública con Barak.

El nuevo libro de Shlomo ben Ami, Cicatrices de guerra, heridas de paz, es el tercero de una trilogía compuesta también por Israel, entre la guerra y la paz y ¿Cuál es el futuro de Israel? Ben Ami, además de ser un destacado intelectual hispanista y un reflexivo historiador del conflicto árabe-israelí, ha ocupado distintos cargos en el Gobierno de Israel: desde asesor de Itzak Shamir en las conversaciones de paz de Madrid (1991) hasta ministro de Exteriores y de Seguridad Pública con Barak.
Shlomo ben Ami.
Cuando estaba al frente de Seguridad Pública 13 ciudadanos árabe-israelíes murieron en enfrentamientos con la policía (octubre de 2000). Ben Ami fue encausado por esas muertes, y su desempeño fue puesto en entredicho por la Comisión Orr. Se alejó silenciosamente del cargo, golpeado por esta causa judicial; y finalmente del poder, por el fracaso de las negociaciones con Arafat.
 
Por aquellos días, poco después del estruendoso fracaso de las negociaciones de Camp David, durante la presidencia Clinton, Ben Ami publicó un imprescindible y completo relato acerca de ese fracaso, de unas quince páginas: El día en que murió la paz, donde explicaba la negativa de Arafat a firmar un acuerdo con los israelíes pese a las generosas concesiones del premier Barak. En aquellas líneas expresaba, que mientras la parte israelí había puesto sobre la mesa una oferta de renuncia racional, los palestinos, dirigidos por Arafat, habían replicado con una mística irredentista.
 
Sin embargo, en ese mismo ensayo había una renuncia que Ben Ami no estaba dispuesto a ofrecer al lector: la de la aceptación de la falta de un interlocutor palestino. La herida que le ha dejado ese hecho fáctico, terrible para todos los amantes de la paz, entre los cuales me cuento, no ha cicatrizado nunca en el pensamiento de Ben Ami.
 
Luego de exponer con toda claridad que la contraparte palestina bajo ningún concepto deseaba la división del territorio en dos estados –uno judío y otro palestino– y, consecuentemente, tampoco deseaba la paz, Ben Ami retorcía los argumentos hasta atribuir también algo de la culpa a los israelíes.
 
Clinton, Arafat y Barak en Camp David.Es un ensayo extraño, porque está escrito por uno de los propios protagonistas de los sucesos, y a poco de sucedidos. El propio Ben Ami le ofrece a Arafat hasta la última pizca de lo que el consenso internacional considera justo, y frente al rechazo, incluso el insulto, de Arafat, de todos modos Ben Ami encuentra el modo de inventar una ecuanimidad en cuanto a la responsabilidad en la continuidad de la violencia y la muerte. Hay que decir que Ben Ami no se autocritica como negociador; pero sí reparte críticas entre cada uno de los negociadores israelíes.
 
En este nuevo volumen, tan completo y erudito como los dos anteriores, lleno de datos de interés y de miradas privilegiadas, la dinámica se repite: Ben Ami argumenta con razón que hasta el 67 los países árabes no estaban dispuestos a aceptar la existencia de Israel. Explica que no se trataba de un problema territorial, sino ontológico. Pero acto seguido deja deslizar que también los israelíes pudieron haber sido más dúctiles. Lo que en ningún caso explica es cómo pueden convivir estas dos actitudes. Es cierto que, si de la otra parte hay un mínimo afán de negociación, la ductilidad es un mérito de estadistas. Pero si el enemigo tiene el único objetivo de nuestra destrucción, como Ben Ami prueba en los primeros capítulos de su nuevo libro, ¿cuáles son las ventajas del apaciguamiento?.
 
Ben Ami salpica a lo largo de su nueva entrega la palabra "ethos". Nos explica que el agua y la tierra conformaban el "ethos" sionista de los pioneros judíos de antes y después del 48. Su incapacidad para negociar con los árabes que querían destruir sus emprendimientos, primero, y su Estado, después, se debía, según Ben Ami, a este ethos, que los impulsaba a buscar más tierra y más agua.
 
Ahora bien, aquí la palabra ethos se cubre de una peligrosa ambigüedad. En el ethos árabe, siempre siguiendo la línea de Ben Ami, se halla el deseo de independencia de Occidente, el temor a una avanzada cruzada y el surgimiento de un nacionalismo que se anuda con lo tribal. Este ethos, entonces, queda enfrentado al ethos judío de "adoración" por el agua y la tierra. La peligrosa ambigüedad resulta de que en el caso de los judíos no se trataba de un ethos; es decir, no se trataba de un concepto, de una ideología, de una suma de símbolos: era una necesidad biológica. Si no tenían un pedazo de tierra donde cobijarse, serían aniquilados por los nazis. Y si no tenían agua, se morirían de sed. Los pobladores árabes de Palestina y de los estados vecinos sí tenían una alternativa a la guerra: vivir en paz dentro de un Estado judío y como vecinos del mismo.
 
Es cierto que, para los habitantes árabes de la porción de Palestina determinada a ser Israel, la Declaración de Independencia representó un cambio radical: no deseaban vivir en un Estado judío y democrático. Pero desde el punto de vista de la continuidad de la vida, del confort y de las libertades públicas, tal como lo demostraron los cientos de miles de árabes que eligieron permanecer en Israel, y hoy son millones, también representó un radical mejoramiento de sus condiciones de existencia. Esto es: puede que no fuera el tipo de independencia que buscaban, pero no representaba la muerte ni la esclavitud. Eso es un ethos: aunque la conveniencia indique aceptar el statu quo, la ideología nos impulsa hacia la posición opuesta.
 
En el caso de los judíos de Palestina, y de Israel más tarde, ethos no es la palabra que define su desesperada lucha por la vida, en el sentido biológico. La alternativa a la creación de Israel era la muerte. Si la Guerra de Independencia se hubiera perdido, los judíos de Israel, y probablemente los de otras partes del mundo, habrían sido masacrados, como lo fueron los de Alemania y Europa del Este. La alternativa al territorio, entonces, no era la diáspora ni la vida bajo un régimen árabe liberal: era la muerte. Y la alternativa a la consecución de las escasas gotas de agua de las que los judíos lograron apropiarse no era un poco menos de agua. Era la muerte por deshidratación.
 
El ethos, entonces, es el Maguen David en la bandera, el Kibbutz, la idea de abandonar la intelectualidad europea para sumergirse en el trabajo campesino… Pero el agua no era parte del ethos sionista, era la necesidad básica, igual que lo es para cualquier ser humano de cualquier etnia y cultura.
 
David ben Gurion.Sin embargo, en no pocas páginas del libro de Ben Ami casi aparece la idea de que en el fondo, a cambio de paz, los judíos, finalmente, podrían también abstenerse de beber agua. Esa sería para mí una definición tanto de este libro como del ensayo de Ben Ami sobre el fracaso de Camp David: " Si tan sólo hubiéramos encontrado el modo de vivir sin agua, tal vez entonces…".
 
La única concesión que le quedaba por hacer a Ben Gurion durante todo su período como primer ministro y líder en las sombras de Israel era la renuncia a la independencia. Pero, como bien sabemos y sabe Ben Ami, esta concesión, lejos de apaciguar, hubiera causado la muerte de muchos más judíos. A posteriori del alejamiento real de Ben Gurion de la cosa pública –concretamente en el 67, cuando amonesta a Rabin contra la guerra–, tampoco los líderes israelíes contaron con más concesiones que las que efectivamente hicieron.
 
El propio Ben Ami reconoce (pág. 92) que el mundo árabe sólo estuvo dispuesto a aceptar la existencia de los judíos en su medio tras la victoria israelí en el 67:
 
"Eran pues los árabes los que no estaban maduros en los primeros años para aceptar el hecho de la existencia de Israel dentro de las fronteras de 1948. Hicieron falta treinta años de conflicto, guerras, destrucción y desolación, pero sobre todo la conquista por parte de Israel de territorios adicionales en la guerra de 1967, para que el primer líder árabe planteara una oferta inequívoca de paz basada en las fronteras decididas por la guerra de 1948 y, lo que no es menos importante, que en esa ocasión Israel respondiera".
 
Sin embargo, apenas días después de la victoria del 67 Israel hace llegar a Egipto y Siria, vía Estados Unidos, la propuesta de devolución de la totalidad del Sinaí y del Golán (oferta también reseñada por Ben Ami en este libro). Entonces… ¿por qué cierra Ben Ami este párrafo dejándonos intuir que sólo en el 77, cuando el viaje de Sadat, Israel finalmente respondió?
 
Del propio libro de Ben Ami, porque es un libro veraz y riguroso en sus datos, se desprende que Israel ofertó la paz y la convivencia en cada paso que dio; mientras que sus conclusiones contradicen no sólo los datos que él mismo ofrece, sino que también unas conclusiones se oponen con otras.
 
He leído los tres libros de Ben Ami y, como señalé, también aquel breve ensayo fruto de una entrevista. Sigo pensando que es un autor con el que vale la pena disentir.
 
 
Shlomo Ben Ami: Cicatrices de guerra, Heridas de paz. Ediciones B, 2006; 416 páginas.
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