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'LUZ DEL MUNDO'

Una entrevista a Benedicto XVI

Desde que Juan XXIII convocara el Concilio Vaticano II hasta nuestros días, el papado –una institución que durante siglos pudo parecer, por sus lentos cambios en las formas, inamovible y congelada en el tiempo– viene siendo un manadero de novedades en sus maneras y cauces de expresión. Lo cual no ha dejado de ser motivo de confusión para quienes creen que lo accidental es lo esencial o que ambas cosas, en este caso, son sinónimas.


	Desde que Juan XXIII convocara el Concilio Vaticano II hasta nuestros días, el papado –una institución que durante siglos pudo parecer, por sus lentos cambios en las formas, inamovible y congelada en el tiempo– viene siendo un manadero de novedades en sus maneras y cauces de expresión. Lo cual no ha dejado de ser motivo de confusión para quienes creen que lo accidental es lo esencial o que ambas cosas, en este caso, son sinónimas.

Tras el largo y jugoso pontificado de Juan Pablo II, parecía como si ya no hubiera lugar para la frase "Es la primera vez que un Papa...". Sin embargo, no ha sido así. Con una personalidad muy distinta a la de su antecesor, Benedicto XVI, como quien no quiere la cosa, va dejando su impronta, y también sus novedades. La arrolladora personalidad de su predecesor y lo denso de aquel pontificado no le han ahogado ni arredrado:

Me dije, simplemente, yo soy como soy. No intento ser otro. Lo que puedo dar lo doy, y lo que no puedo dar no intento tampoco darlo. No procuro hacer de mí algo que no soy. He sido elegido (...) y hago lo que puedo.

Con humildad, sabe de su tarea en la historia:

No todo pontificado debe tener una misión totalmente nueva. Ahora se trata de continuar eso mismo y de captar el dramatismo del tiempo, seguir sosteniendo en él la palabra de Dios como la palabra decisiva y dar al mismo tiempo al cristianismo aquella sencillez y profundidad sin la cual no puede actuar.

Y la humildad está, ante todo, en que no se apoya en sus solas fuerzas:

En lo que toca al Papa, también él es un simple mendigo frente a Dios, y más que todas las demás personas.

En Cruzando el umbral de la Esperanza, Juan Pablo II respondió por escrito a las preguntas que le hiciera llegar el periodista Vittorio Messori. En Luz del mundo, Benedicto XVI da un paso más y da cuenta de la entrevista que, grabadora en mano, Peter Seewald le hizo a lo largo de media docena de días, una hora cada jornada. En ella se trataron los más variados temas, desde los más dolorosos hasta los más esperanzadores. Y en todos el Papa se expresó siempre con profundidad, claridad y ponderación, incluso, en algunos momentos, con un fino sentido del humor. Pocos jefes de Estado o de Gobierno tienen la seguridad suficiente en sus convicciones como para lanzarse a una aventura así; menos aún, los que además podrían responder con el nivel intelectual y cultural y la talla humana de Benedicto XVI.

Estamos ante unas páginas –pese a que la traducción sea notablemente mejorable– en las que el lector español –más allá de que sea o no creyente católico, y de la imagen deformante que muchos medios están empeñados en dar– puede encontrarse con el hombre, con la persona. Su carácter se asoma en cada párrafo, su sosegada cordialidad se vuelca en sus precisas palabras, su sencillez y profundidad acompañan al lector. Es el mismo que pudimos conocer en las dos largas entrevistas que le hizo Seewald cuando era cardenal, La sal de la tierra y Dios y el mundo, o en la que le hizo Messori, Informe sobre la fe. Pero no es lo mismo, quien habla ahora es Papa. Es muy significativo lo que contesta sobre la recuperación del "nosotros", que había desaparecido en Juan Pablo II:

No he eliminado sin más el "yo", sino que ahora existen ambos: el "yo" y el "nosotros". Pues en muchas cosas no digo simplemente lo que se le ha ocurrido a Joseph Ratzinger, sino que hablo desde la comunidad de la Iglesia. En cierta medida hablo en la comunidad interior con quienes comparten la fe, y expreso lo que somos en común y lo que podemos creer en común.

El plural mayestático ha dado paso al "nosotros" eclesial.

Y el creyente encuentra a un hombre de profunda espiritualidad, aunque, como él mismo dice, no sea un místico; un pastor que vive y capta "el dramatismo del tiempo". Sabe ver lo malo, para amar, perdonar o rectificar o pedir perdón, según sea el caso. Lo bueno para potenciarlo. Y fiel a lo recibido mira, desde nuestro común hoy, al futuro. Creo que esto sería lo más destacable del libro, sobre todo para el lector católico.

Benedicto XVI se pregunta y pregunta: "¿Dónde la fe tiene que hacer propias las formas y figuras de la modernidad y dónde tiene que ofrecer resistencia?". Le preocupa averiguar "cómo se puede hacer mejor la realización de lo esencial". Reta a "procurar decir realmente la sustancia en cuanto tal, pero decirla de forma nueva", lo cual "presupone la traducción existencial". Y nos hace ver, con las consecuencias que esto conlleva en la configuración de la vida eclesial diaria y la pastoral, que nos encaminamos cada vez más hacia un "cristianismo de decisión". Lo que no quiere decir que se vaya a ser cristiano a la carta, sino que difícilmente se será cristiano por inercia social o cultural; que el rasgo dominante será la libre determinación que nace de la conversión. Y este "cristianismo de decisión" se tiene hoy que "consolidar, vitalizar y ampliar".

Peter Seewald dice que muchos le preguntan por cómo se siente uno ante el Papa, y él responde:

Ante Benedicto XVI, nadie tiene por qué temblar. Él se lo hace francamente fácil a sus visitas. No las espera un príncipe de la Iglesia, sino un servidor de la Iglesia, un gran hombre que da, que se vacía totalmente en su acto de don[ación].

Ahora toca esperar la cercana publicación de la segunda parte de su Jesús de Nazaret. Dios quiera que pueda escribiros también sobre ella, como ya lo hice con la primera.

 

BENEDICTO XVI: LUZ DEL MUNDO. Herder (Barcelona), 2010, 228 páginas. Traducción: 228 páginas.

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