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CIENCIA

Una historia de las matemáticas para jóvenes

¿Y si descubriéramos que la herramienta más antigua creada por el ser humano no es una lasca de sílex torpemente tallada para convertirla en cuchillo, ni una rama endurecida para servir como arma? ¿Y si realmente el primer artefacto del ingenio homo, pensado para sobrevivir en el duro entorno cálido del África de hace 2 millones de años, hubiera sido la matemática? Probablemente, de ser así, el estudio de esta disciplina árida, que escapa de la pasión de los jóvenes como el aceite del agua, habría disfrutado de mayor gloria.

¿Y si descubriéramos que la herramienta más antigua creada por el ser humano no es una lasca de sílex torpemente tallada para convertirla en cuchillo, ni una rama endurecida para servir como arma? ¿Y si realmente el primer artefacto del ingenio homo, pensado para sobrevivir en el duro entorno cálido del África de hace 2 millones de años, hubiera sido la matemática? Probablemente, de ser así, el estudio de esta disciplina árida, que escapa de la pasión de los jóvenes como el aceite del agua, habría disfrutado de mayor gloria.
Puede que la propuesta argumental sea algo forzada, lo reconozco, pero lo primero que le asalta al lector de este par de volúmenes valientes es la sensación de que si nuestro profesor de aritmética hubiera empezado las clases con planteamientos como éste, quizás de nuestras aulas hubiera salido algún matemático más y algún alma menos entregada al pernicioso oficio de periodista, como la de quien esto escribe.
 
El cálculo, de momento, es un constructo mental que nos diferencia tan soberanamente del resto de los animales como el lenguaje abstracto y el gusto por las telenovelas. Somos los únicos seres capaces de agrupar elementos en conjuntos, dar a esos conjuntos un valor, dar a ese valor un nombre, generar un símbolo gráfico para identificar ese nombre y realizar operaciones de adición, sustracción, multiplicación... con dichos símbolos para crear nuevos valores.
 
El "todo es número" pitagórico, elevado al paroxismo con el "Dios es, en efecto, número" que el propio Pitágoras llegara a exclamar, quedó dañado con el hallazgo de los inconmensurables, herido grave con Euclides, en la UVI con Plank, pero aún hoy resulta divertido observar hasta qué punto la interpretación de las secuencias numéricas objetivas y silentes conduce a una suerte de rapto místico, a una necesidad de encontrar una voz oculta en la matemática, un mensaje que nos hable de otras dimensiones: ¿qué es, si no, ese divertimento tan popular consistente en interpretar los sondeos en la noche electoral? ¿Y qué me dicen del EGM?
 
El origen del pensamiento matemático fue mucho más prosaico, más positivo y práctico. Hoy nos consta que hace al menos 33.000 años los hombres ya tallaban huesos de lobo, como los encontrados en la región de Moravia con muescas agrupadas en grupos de a cinco. No sabemos qué contabilizaban aquellos ancestros, pero debía de ser algo valioso, algo que no querían perder, algo que necesitaban guardar y transmitir hasta el punto de que sortearon nuestra natural repugnancia hacia la difícil contabilidad. Saber diferenciar entre dos y cinco cebras podría ser fundamental al cazador nómada para anticipar el tipo de cenorrio que le esperaba. Saber no sólo eso, sino cómo transmitírselo a otros cazadores de la tribu, podría ser la clave para lograr que la empresa cinegética fuera un éxito.
 
Sorprende la natural tendencia de los humanos a agrupar los números en contabilidades de base 10. Aristóteles nos hizo creer que se debía a la costumbre de contar con los dedos de la mano. Pero hoy nos constan sistemas numéricos de dispar fundamento elaborados por congéneres que, salvo que se demuestre lo contrario, también contaban con diez dedos. La base 60 de los sumerios, por ejemplo, es un prodigio de anticipación. Sesenta es un número fácilmente divisible entre infinidad de divisores: la mitad es 30; la tercera parte, 20; la cuarta parte, 15; la quinta parte, 12; la sexta parte, 10... Eso facilita sobremanera el reparto de piedras, de monedas, de pesas, la configuración de distintas combinaciones de fracciones hasta llegar a totales más ajustados... el juego de números, en fin, diseñado para su objetivo, que no era otro que la contabilidad de bienes, la atribución de un valor económico a esos bienes según su peso, cantidad o volumen y el intercambio comercial de los mismos.
 
Al fin y al cabo, el número y el alimento no han dejado de ir de la mano desde los albores del género homo. Que se lo digan si no a los estómagos de los banqueros, que han visto esta Navidad convertidos en jamón unos tristes puntos porcentuales en su declaración de rendimientos del capital.
 
Alimento para jóvenes mentes curiosas es este libro en dos entregas, que repasa con brevedad y contundencia la gran aventura de la historia de la matemática, la acerca al lector más lego y, espero, hace saltar la chispa del gusto por saber algo más. Al menos, que en esas mentes quede la idea de que la ciencia de los números, al igual que cualquier otra, está todavía por recorrer.
 
 
RICARDO MORENO Y JOSÉ MANUEL VEGAS: UNA HISTORIA DE LAS MATEMÁTICAS PARA JÓVENES. Nivola (Madrid).
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