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HOMENAJE A LAURA POLLÁN

Una vida heroica

En marzo de 2003 la policía política cubana cayó sin compasión sobre 75 destacados demócratas cubanos y los encarceló. Se trataba de un grupo selecto de opositores. En cierta medida, eran los disidentes más brillantes y combativos de la Isla. La policía, como siempre, alegó que los detenidos estaban al servicio de Estados Unidos. No era cierto. Esa era la coartada.

En marzo de 2003 la policía política cubana cayó sin compasión sobre 75 destacados demócratas cubanos y los encarceló. Se trataba de un grupo selecto de opositores. En cierta medida, eran los disidentes más brillantes y combativos de la Isla. La policía, como siempre, alegó que los detenidos estaban al servicio de Estados Unidos. No era cierto. Esa era la coartada.

La verdad es que la redada y la escandalosa oleada represiva tenían como objeto dar un escarmiento para advertir a los cubanos lo que podía pasarles si se atrevían a pensar y actuar por cuenta propia.

La verdad es que los apresaron y condenaron a largas penas por escribir sin miedo en medios de comunicación situados fuera de Cuba, prestar libros prohibidos, propagar la declaración de Derechos Humanos, solicitar un referéndum sobre el dictatorial modelo que el país padece desde hace casi medio siglo y organizar grupos políticos pacíficos que no comulgan con los dogmas marxistas-leninistas y proponen otras fórmulas más razonables y civilizadas de organizar a la sociedad.

La verdad (nunca admitida, porque el Comandante jamás se equivoca) es que Fidel Castro –que fue quien decidió el momento y la forma de dar el zarpazo–, entonces presidente del país, ignorante sobre cómo funciona el sistema judicial norteamericano, pensaba convertir a sus rehenes en una pieza de negociación para canjearlos por los cinco agentes de inteligencia condenados por espionaje poco antes en Estados Unidos. Los americanos ni siquiera se percataron de la cruel transacción que el viejo tirano les estaba planteando.

Entre esos 75 prisioneros estaba Héctor Maseda Gutiérrez, un ingeniero en electrónica y máster en física nuclear que entonces tenía 60 años. Se trataba de alguien, tremendamente lúcido, que había abierto los ojos muchos antes y que desde 1980, cuando lo echaron del trabajo por sus ideas políticas, había comenzado a sufrir las represalias de un régimen que castiga a todo aquel que se atreve a cuestionar sus arbitrarios fundamentos.

En su momento, a partir del los noventa, cuando el periodismo independiente comenzó a hacerse oír fuera de Cuba, o dentro de la Isla por medio de la onda corta que transmitía estos escritos, Maseda se alejó de su profesión de ingeniero y asumió la de periodista con un rigor y una seriedad que envidiaría cualquier egresado de una facultad de comunicación. Convencido de que la libertad y la felicidad de los cubanos transitaban por una clara comprensión de lo que sucede en la Isla del doctor Castro, fue uno de los valientes que transmitió crónicas al exterior, siempre escritas en buena prosa y caracterizadas por un rasgo que le es consustancial: la objetividad. Su mujer, Laura Pollán –otra persona extraordinaria, a juzgar por la conmovedora entereza con que defiende a su marido preso y la dignidad con que participa en las labores de las Damas de Blanco– lo acompañaba en la riesgosa aventura de contar la verdad y defender los intereses de todos sus compatriotas.

Más adelante, Maseda dio otro giro fundamental a su vida: del periodismo independiente pasó a la militancia política definida. Se afilió al Partido Liberal de Cuba y fue elegido como uno de los miembros de la directiva. Años más tarde, ya en prisión, condenado a 20 años, sus compañeros lo elegirían presidente de honor en reconocimiento a sus méritos y a su estatura moral.

Una vez condenado, Maseda se dedicó a hacer algo que parece formar parte de su naturaleza psicológica: observar racional y analíticamente a las personas con las que tenía alguna suerte de contacto, así como los acontecimientos que iban ocurriendo. Maseda era un cronista nato, intuitivamente dotado con una prosa efectiva y elegante, como demuestra este libro, cuya primera edición fue puesta en manos de Raúl Castro, flamante presidente de Cuba, por Laura Pollán, para que nadie, y menos él, pudiera tener la menor duda de la verdadera situación de los presos internados en las cárceles cubanas.

Según todos los síntomas, estamos en la última etapa de la dictadura comunista cubana. ¿Por qué? Porque casi toda la sociedad, incluida la clase dirigente –salvo un minúsculo grupo de estalinistas dogmáticos–, encabezada por los demócratas de la oposición, quiere un cambio profundo. Un cambio que no se satisface con una docena de medidas aisladas encaminadas a mejorar ligeramente el consumo de bienes materiales, sino con la recuperación total de los derechos individuales y la capacidad para tomar decisiones personales sin la intromisión del gobierno. Los cubanos quieren democracia, pluralismo, propiedad privada. Quieren, en suma, libertades, y ansían el momento en que se abran las cárceles para poder abrazar a los centenares de presos políticos que todo lo han dado por el bienestar de sus compatriotas.

Hoy nos toca leer este libro de Maseda con admiración, asombro y una gran pena por cuanto describe. Cuando llegue la hora de la libertad lo leeremos de otra manera: con la inmensa gratitud que despiertan los sacrificios de los hombres y las mujeres buenos. Esas personas que, como Héctor Maseda y Laura Pollán, todo lo dieron por Cuba.

NOTA DEL AUTOR: Hace tres años, por petición de Laura Pollán, esa admirable mujer que acaba de morir, escribí este prólogo a ENTERRADOS VIVOS, obra de su marido, el ingeniero Héctor Maseda. Sirva esta reproducción como homenaje.

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