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'EL RECTOR DE JUSTIN'

Vieja escuela

Un joven e inexperto profesor llega a un rígido internado de la Costa Este estadounidense, donde lucha por adaptarse al severo ambiente y ganarse el afecto de sus alumnos. De esta forma tan poco prometedora comienza El rector de Justin; recuerda demasiado a El club de los poetas muertos, Adiós, Mr. Chips y otras obras de ambiente estudiantil, a cuál más edulcorada y plagada de tópicos.


	Un joven e inexperto profesor llega a un rígido internado de la Costa Este estadounidense, donde lucha por adaptarse al severo ambiente y ganarse el afecto de sus alumnos. De esta forma tan poco prometedora comienza El rector de Justin; recuerda demasiado a El club de los poetas muertos, Adiós, Mr. Chips y otras obras de ambiente estudiantil, a cuál más edulcorada y plagada de tópicos.

Sin embargo, las apariencias, una vez más, engañan. Esta novela tiene poco que ver con otras del género, como podemos apreciar apenas nos adentramos en su lectura. No se nos presenta aquí a alumnos díscolos pero noblotes que sólo necesitan la guía de un profesor lleno de ideales, que sepa canalizar su rebeldía y les anime a enfrentarse al sistema, sin que falte en la trama el preceptivo enfrentamiento de dicho profesor con la jerarquía académica y un grupo de padres reaccionarios. El protagonista indiscutible de esta novela es el rector y fundador del internado de St. Justin Martyr, el doctor Francis Prescott. A su lado, profesores, alumnos y el mismo colegio son personajes secundarios, meras piezas que ayudan a completar el rompecabezas que es la historia de este hombre extraordinario.

A través del diario de Brian Aspinwall, el joven profesor antes mencionado, conocemos el colegio de St. Justin, un selecto internado de Nueva Inglaterra donde se forma a los hijos de la élite estadounidense. Aspinwall, abrumado al principio por la responsabilidad de un cargo para el que no se siente preparado, y prácticamente ignorado por colegas y alumnos, encuentra, inesperadamente, un amigo en el centro: la esposa del rector, inválida y desahuciada, que, al descubrir que ambos comparten gustos literarios, le invita a visitarla y a leer para ella; de esa forma podrá aliviar la monotonía en que está sumida. Esta amistad hace a Aspinwall ganarse el respeto y la gratitud del resto de docentes y del propio doctor Prescott. El joven pronto queda impresionado por la personalidad del rector; tanto, que cree descubrir que ha sido llamado a St. Justin para cumplir una misión: escribir la biografía de su fundador.

Louis AuchinclossSu entusiasmo no tarda en hacerle ganar aliados para su misión. Otros antes que él han intentado escribir sobre Prescott, pero siempre abandonaban: la tarea les sobrepasaba. Aspinwall, sin embargo, anuncia que no quiere "dejar constancia de lo que todo el mundo podría dejar constancia", ni escribir una biografía al uso. Lo que él desea es mostrar a la persona que hay tras el ídolo al que tantos veneran, al hombre que se siente solo y perdido tras la muerte de su esposa y, cansado, va apartándose progresivamente de su verdadero gran amor, la escuela que ha fundado. Pronto, amigos y parientes del rector se dan cuenta de que el joven profesor es el único que puede escribir un libro que refleje fielmente al verdadero rector de St. Justin, quizá por ser –a diferencia de ellos– relativamente ajeno al colegio y al mito forjado en torno a él y a su fundador.

Gracias a los recuerdos y documentos que comparten con Brian, y que en la novela se intercalan con el diario de éste, conocemos la juventud de Prescott y sus éxitos académicos, la brillante carrera que emprende como hombre de negocios, y que decide abandonar para alcanzar su sueño de fundar un colegio excepcional, así como el gran desengaño amoroso que sufre como consecuencia de esa decisión. Pronto llegan el éxito y crecimiento de St. Justin y el reconocimiento para su rector, pero también descubrimos las tensiones en la vida familiar de Prescott, sus crisis de fe, su fracaso como padre y, quizá lo más doloroso para él, su fracaso como profesor. La razón de su vida ha sido siempre crear una escuela que busque la excelencia en todos los aspectos y en la que se transmita una sólida moral: un crisol de hombres íntegros y piadosos, la futura élite del país. Su creación se tambalea inesperadamente cuando uno de los alumnos en los que más esperanzas tiene depositadas, Jules, el hijo de David Griscam –un querido antiguo alumno y colaborador del rector–, se rebela contra él y contra los valores que defiende su proyecto educativo: disciplina, rigor, piedad y tradición. Para el joven Griscam, esos valores representan la opresión, la tiranía y el fanatismo; tratando de huir de ellos y de la influencia de Prescott, va cayendo cada vez más bajo, hasta que, finalmente, muere en circunstancias poco claras.

Esa muerte atormenta al rector más que cualquier otro acontecimiento de su vida: por el dolor que le ocasiona, dado su cariño por el difunto y su familia, pero también por el fracaso que supone para su institución. La historia de Jules, además, le hace ser consciente de que no es infalible: no ha podido traer la oveja descarriada de vuelta al redil. Pese a todas sus virtudes, Prescott es algo soberbio; aunque públicamente afirme ser un hombre como los demás, ver que no posee realmente las cualidades cuasi místicas que muchos le atribuyen supone para él una dura cura de humildad.

Aunque en esta biografía atípica se muestran muchas facetas de Francis Prescott, queda en el lector, sin embargo, la impresión de que no llega a conocerle del todo, de que faltan piezas en el rompecabezas, o de que algunas de ellas no acaban de encajar del todo bien. Según el mejor amigo del profesor, éste es un erudito, un hombre de profunda fe, dotado de extraordinario talento y férrea voluntad, que ha consagrado su vida a la enseñanza. Para su hija, en cambio, es casi un monstruo: un padre lejano, frío, anticuado y cruel; un trasunto de rey Lear que prefiere el halago a la verdad. Uno de sus antiguos alumnos, desquiciado por la guerra, lo idolatra de tal forma que ve en él a un verdadero dios, sin cuyo perdón no alcanzará la paz. Y otro, Jules, le odia tanto que prefiere arruinar su vida antes que someterse a sus normas. Tal vez el retrato más equilibrado lo ofrezca el abogado David Griscam, el único que, pese a haber estado tan sometido al influjo de su profesor como el resto de los alumnos de St. Justin, es capaz de verle con cierta perspectiva, con sus defectos y sus virtudes; quizás demasiado desapasionadamente.

Como señala Griscam, Prescott es uno de esos enormes árboles bajo cuya sombra nada puede crecer; un personaje tan complejo y brillante que eclipsa a cuantos se hallan a su alrededor. Sin embargo, es también un hombre vulnerable, al que atormentan las dudas y el remordimiento. Un creador que ve, al final de su vida, que su obra no le sobrevivirá, al menos tal y como él la concibió: si quiere seguir existiendo, St. Justin habrá de adaptarse a los nuevos tiempos. Así, el internado perdurará, pero a costa de ser un colegio elitista más, no una institución diferente, excepcional, basada en los principios que han servido de guía a su extraordinario fundador.

A pesar de la melancolía que transmite su lectura, El rector de Justin no es la historia de un fracaso. O, al menos, no del todo. Es también una historia de amor: aunque Prescott concibiera éste de una forma un tanto peculiar, amaba a su familia, a sus amigos, a sus alumnos y, naturalmente, a su escuela. También es un testimonio de la pasión del autor, Louis Aunchincloss, por la literatura: las referencias a los grandes autores que tanto admiró (Henry James, Edith Wharton, Jane Austen, Charles Dickens...) son continuas en la novela. Y, por encima de todo, es una reivindicación de unos valores que nunca quedarán obsoletos, por mucho que cambien los tiempos: bondad, esfuerzo, sacrificio, nobleza y fe.

 

LOUIS AUCHINCLOSS: EL RECTOR DE JUSTIN. Libros del Asteroide (Barcelona), 2010, 388 páginas. Traducción: Ignacio Peyró.

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