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PROHIBIDO PASAR

Villa y los villanos

Recuento de vilezas de villanos palurdos y relato de supervivencia de pícaros sin gracia, la crisis del PP –¿Qué crisis? Holocausto caníbal de los de buffet libre para amantes del todo incluido–, contada por Ignacio Villa, resulta un apunte del natural, brioso como un Turner y afilado como un Goya, del paisaje físico y moral, tirando a cenagoso, de la casta política española.

Recuento de vilezas de villanos palurdos y relato de supervivencia de pícaros sin gracia, la crisis del PP –¿Qué crisis? Holocausto caníbal de los de buffet libre para amantes del todo incluido–, contada por Ignacio Villa, resulta un apunte del natural, brioso como un Turner y afilado como un Goya, del paisaje físico y moral, tirando a cenagoso, de la casta política española.
Ignacio Villa.
En lo físico, el clima luce irrespirable en la prolija descripción de los episodios de vesania, traición, vanidad y cainismo que traman una crónica de la que bien podría predicarse que parece secuela de una novela de Mario Puzzo sobre los Borgia, si no fuera porque Villa remite constantemente al lector a los boletines horarios de la COPE, que son el mejor purgante contra el atracón de imaginación que rebosan los de la SER.
 
El autor es periodista, uno, por más señas, de la tradición adusta y escéptica, anglosajona, reticente a ver en los hechos algo más que hechos, reacio a admitir que blanco y en botella es siempre leche, a menos que lo certifique un documento oficial o, en su defecto, el boleto de COPE. Y es que, como sabe muy bien este joven artesano del periodismo, se dan casos maravillosos de botellas blancas que contienen kefir, como demuestra la lencería blanca que llegó a la SER sin ningún terrorista dentro la oscura noche del 11 de marzo de 2004.
 
En lo moral, el paisaje de este libro admite sin dificultad la analogía con el estercolero. Como foto de la humeante colina negra de la derecha española, el reportaje de Villa sobre la corrupción del PP a manos de su panda dirigente es de un naturalismo que roza la morosidad escabrosa y gore, en algunos de sus capítulos más luctuosos. El dedicado al episodio de María San Gil en la crisis, y el asesinato de imagen perpetrado contra ella desde la Dirección del PP, provoca una mezcla de escalofrío y asco. La purga de la presidenta del PP vasco, por ser la primera en denunciar señales de la reinvención ideológica del neo-PP como exponente del "liberalismo social" (en radiante oxímoron de Soraya Sáenz de Santamaría), es algo más que una anécdota siniestra dentro de la tradición esencialmente siniestra de canibalismo entre conmilitones, de la que no se libra ningún partido. Lo singular en el caso San Gil es su valor como nueva frontera de lo que puede hacerse para eliminar al adversario con cierta eficacia instantánea.
 
María San Gil.Como señala Villa en su crónica, es como si María San Gil no hubiese existido jamás en la historia del PP; una historia, en el País Vasco, hecha de resistencia al asesinato, la tortura y la opresión. No sólo intentaron utilizarla para legitimar el apaño con los nacionalistas en la ponencia política del Congreso de Valencia; no sólo la emprendieron contra ella a salivazos y detritus sobre su vida personal, al más puro estilo de los escarmientos de la Stasi contra actores y científicos disidentes tildados oficialmente de locos; no contentos con vejarla hasta extremos inauditos a través de filtraciones ponzoñosas al diario El País y la cadena SER, Mariano Rajoy decretó que María San Gil no había tenido lugar, como aquella metáfora del encubrimiento acuñada por Baudrillard a propósito de la primera Guerra del Golfo. "Las malas artes que desde la calle Génova y desde la Oficina de Información se han utilizado con María San Gil son de otro mundo. Auténtica basura. Bazofia en estado puro", escribe Ignacio Villa, sublevándose contra su propio estilo, predominantemente descriptivo y notarial a lo largo del libro. El episodio descubre a la Opinión Pública el rostro repulsivo del basilisco que duerme o acecha bajo la máscara sonriente, incluso amable, de un político aferrado al poder. "Uno puede sonreír y sonreír, y seguir siendo un canalla", dice Hamlet, partidario de atrapar "la conciencia del Rey con el lazo del drama", es decir, del teatro o espectáculo de la política.
 
Como crónica pegada a los hechos y, sobre todo, al reflejo de los hechos en los documentos periodísticos de los cuatro meses que van del 7 marzo, fecha del asesinato por ETA del ex concejal socialista Isaías Carrasco, al 23 de julio, en que Rajoy se entrevista con Rodríguez Zapatero en La Moncloa para inaugurar un nuevo clima de colaboración y entendimiento con el PSOE y el Gobierno, Prohibido Pasar funciona elocuentemente como teatro de la verdadera conciencia del Rey Rajoy. Otra cosa es que el público quiera darse cuenta de su propia responsabilidad en el terrible espectáculo. Porque signos de impostura hubo, y tronaron, bastante antes de las elecciones generales de marzo de 2008.
 
La crisis del PP no se gesta durante las misteriosas vacaciones de Mariano Rajoy en Méjico, después de las generales. Mariano Rajoy se volatiliza en Méjico, y el PP moralmente claro, garantía en los asuntos importantes, de actitudes ganadoras, partidario de la libertad individual, la no injerencia en las costumbres de la gente, la unidad nacional, la igualdad ante la Ley, la guerra contra el terrorismo, el fiel aliado de los aliados de España, la bestia negra de la hiperlegitimidad progreril, el PP de toda la vida ya no regresará. Aquel PP se pierde en algún punto del sumidero de las Bermudas, entre Veracruz, que es una costa propicia a las fiebres –como enseñan los personajes de Sergio Pitol–, Haití –algo así como el Asador Donostiarra del vudú– y el roaming de América Móvil, el operador de Carlos Slim al que se enganchan los celulares españoles cuando aterrizan en un aeropuerto mejicano.
 
Si es cierto que todos tenemos un doble en Australia, alguien con nuestro cuerpo pero con sus propias ideas, entonces el de Sidney y el de Pontevedra se toparon cuando no debían, en la sauna de un hotel de la Riviera Maya, para enorme sorpresa de ambos. Hombre, tú por aquí. Pues anda que tú. Qué programa de Cuarto Milenio no saldría de ese cambiazo en las voluptuosas nieblas de un spa mejicano.
 
Todo ese misterio es cierto, está ahí, y el libro de Ignacio Villa lo deja abierto, lo nombra como de pasada, aunque le otorga nada menos que el papel de hito fundacional en la secuencia de la crisis del PP. Lo cual es cierto sólo a beneficio de anecdotario.
 
Los estercoleros no sedimentan en un día ni en cuatro meses; y los del tamaño de la corrupción que habita en el número 13 de la calle Génova necesitan años para acumular tanta ruina; cuatro, por lo menos, si no más. Ésa es una de las objeciones más serias que cabe oponer a este libro, por lo demás lo bastante rico en datos, juicioso en la selección de lo significativo y fiel a los hechos y las voces protagonistas como para resultar la referencia más completa de la crisis de la derecha en su fase de catarsis pública. Pero es también un retrato sin raíces, que son más profundas que el PP de Rajoy; son culturales e históricas, y tocan también la responsabilidad de los intelectuales, periodistas incluidos, en el consenso colectivista y la hiperlegitimidad de la izquierda que se han impuesto a la sociedad española como punto de partida en todo debate sobre cómo debe ser una sociedad de hombres libres. Así, por ejemplo, no es cierto, contrariamente a lo que sostiene el autor en este libro, que la COPE haya sido, durante la crisis del PP, una voz coherentemente independiente y crítica con la transformación de aquél en un partido más del consenso colectivista. No toda la COPE ha compartido el mismo análisis y defendido los mismos principios en esta crisis, el autor lo sabe, y debería haberlo expuesto con honestidad, si quería meterse en ese jardín.
 
La crisis del PP no es más que una parte de la crisis de la derecha, que es lo que hay que explicar. Al fin y al cabo, si por algo se caracterizan las sociedades heridas de muerte es porque, en ellas, el comportamiento de las élites no difiere en mucho del comportamiento del común de los mortales. Con todo, lo que cuenta este libro es mucho más verdadero y valioso que lo que calla. Los pájaros disparan contra las escopetas con la mayor puntería, los brutos enseñan civismo a los filósofos y las brujas de Macbeth convierten lo blanco en negro, la verdad en mentira, y a María San Gil en una leyenda urbana más, la loca del barrio, el fantasma de la curva de la carretera comarcal. La parada de medianías insanas y frikies abusones no cesa, de la primera a la última página. Su mercancía no es la conjetura, sino el periodismo, es decir, los hechos, los datos y la construcción de un sentido con estos humildes mimbres. La abnegada empresa de seleccionar lo que importa, de entre toda la morralla de lo que sobra, y de explicar lo poco que tiene sentido, entre la montaña de lo que es simplemente absurdo. La vieja adicción de la verdad, que el autor calma con acarreo prolijo de datos, la definición pormenorizada de cada ambiente, los testimonios meticulosamente contextualizados, los documentos y declaraciones públicas rigurosamente extractados.
 
Un libro útil para conocer y recordar. Para quien se anime, además, es un indispensable punto de partida para emprender un esfuerzo distinto, tal vez más ambicioso, de comprensión sobre el origen de la maldición de la derecha liberal en España.
 
 
IGNACIO VILLA: PROHIBIDO PASAR. LA HISTORIA OCULTA DE LA CRISIS DEL PP. La Esfera de los Libros (Madrid), 2008, 278 páginas.
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