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'EL AMOR, LA MUERTE Y EL TIEMPO'

¿Y qué más?

El arte, no importa cuál sea, de alguna manera nos pone ante el drama de la vida humana. Hasta el que lo quiere esquivar en una huida esteticista lo está nombrando, pues es una forma de resolverlo por aturdimiento, para no sentir el vital problema, o como sucedáneo de respuesta. Y por eso el hombre no puede prescindir del arte, porque necesita tener perceptibilidad de la pregunta que ha de resolver con su existencia.


	El arte, no importa cuál sea, de alguna manera nos pone ante el drama de la vida humana. Hasta el que lo quiere esquivar en una huida esteticista lo está nombrando, pues es una forma de resolverlo por aturdimiento, para no sentir el vital problema, o como sucedáneo de respuesta. Y por eso el hombre no puede prescindir del arte, porque necesita tener perceptibilidad de la pregunta que ha de resolver con su existencia.

Vivir es ir respondiendo a la interrogación que es uno mismo para sí. Pero ni esta cuestión es clara ni su respuesta aparece diáfana ante nosotros, por mucho que vitalmente nos esté atrayendo continuamente –y es su atracción pregunta que inicia un diálogo–. De ahí que necesitemos palparla, sentirla, percibirla... para entenderla. El arte da al hombre, en algún aspecto de este drama, cuerpo sonoro, táctil, visual, etc., para poderlo ir conociendo.

De ahí que el arte occidental haya sido lugar para captar la vitalidad del cristianismo, para palparlo en su peripecia contemporánea. Porque el cristianismo es lo que hizo de la fatal tragedia del paganismo un drama. Charles Moeller en su gran obra Literatura del siglo XX y cristianismo se zambulló en la presencia/ausencia de la fe que forjó Europa en la creación literaria del siglo pasado. El ensayista italiano Luigi Giussani fue un maestro a la hora de hablar de lo que llamaba "la experiencia elemental" partiendo de la creación literaria de los grandes autores, cómo en ellos aparecen las necesidades últimas del corazón humano, el apetito de belleza, de bondad, de verdad, de justicia, de felicidad... de divinidad. En nuestras tierras y en terreno cinematográfico, siguiendo la estela del italiano, encontramos las críticas de Juan Orellana.

Juan Jesús Priego, en El amor, la muerte y el tiempo. Meditaciones en torno a la literatura y la fe, ha escogido dieciocho obras literarias

para hablar acerca de lo que (...) más nos importa a los humanos: la soledad, la muerte y la inmortalidad; la lejanía y el amor; la gana y la desgana de vivir; la fe que complica la vida y el amor que la complica todavía más; el tiempo y la ternura; el respeto y los adioses (p. 22).

Una breve exposición de la trama de cada libro da pie a que, con un estilo ligero y atractivo, se aborde alguna de estas cuestiones que tanto nos interesan a todos. Y todo ello con inteligencia y mesura. ¿Qué mejor, para hablar de amores imposibles, que dejarse provocar por Isak Dinesen y su El festín de Babette? ¿Por qué no convocar, para charlar de la muerte, las preguntas que emanan de El rey se muere de Eugène Ionesco?

"Es la literatura la que plantea –la que ha planteado siempre– los problemas filosóficos verdaderamente serios" (p. 22); aunque habría que decir que no solamente ella. ¿Y las respuestas? ¿Qué es de las respuestas? Ciertamente nuestra cultura está necesitada de plantearse grandes preguntas, de salir del adocenamiento en que se encuentra y que tan bien se alimenta desde los medios de comunicación y el coro de culturetas. Y aunque preguntarse es ir esbozando ya la respuesta, también necesitamos que se vaya bocetando ésta.

El autor no lo esquiva, aunque el mayor valor de estas páginas esté en las preguntas. Y lo hace desde una perspectiva precisa (p. 23):

Es, en todo caso, un libro religioso, pues entre sus páginas late la convicción de que sólo la fe cristiana puede responder dignamente a las preguntas más apremiantes y dar esperanza a los anhelos más verdaderos.

Sin embargo, es aquí donde tal vez resulte algo insuficiente el libro. La salvación es ciertamente ser liberado de las garras del olvido, la muerte y el tiempo, pero no hubiera estorbado haber destacado más la cara positiva. Jesús desde luego trajo la igual dignidad a todos, pero uno se queda con ganas de leer más sobre lo que hace de Él algo irreductible a un gran maestro de moral.

Si algo necesita nuestra cultura es que le planteen, no desde luego que le impongan, lo que más inaceptable le resulta.


JUAN JESÚS PRIEGO: EL AMOR, LA MUERTE Y EL TIEMPO. MEDITACIONES EN TORNO A LA LITERATURA Y LA FE. El Buey Mudo (Madrid), 2011, 416 páginas.

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