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'CARTA A UN RELIGIOSO'

La vida en serio

Aunque sus trayectorias vitales y caracteres fueran muy distintos, se podrían escribir, si no unas vidas paralelas, sí al menos unos rasgos paralelos entre Miguel de Unamuno (1864-1936) y Simone Weil (1909-1943).


	Aunque sus trayectorias vitales y caracteres fueran muy distintos, se podrían escribir, si no unas vidas paralelas, sí al menos unos rasgos paralelos entre Miguel de Unamuno (1864-1936) y Simone Weil (1909-1943).

Ambos vivieron con apasionamiento y profundidad vital la religiosidad y no lograron encontrar el sosiego de haber hallado el altiplano sobre el que continuar la peregrinación existencial. Los dos giraron en torno al catolicismo y cada uno a su manera fue cristiano, aunque ni él ni ella lograran vivir en comunión eclesial ni en pertenencia a otra confesión cristiana. Acaso como Moisés quedaron en tierra de nadie, sobre el monte Nebo, vislumbrando a distancia el reposo deseado, pero sin llegar a atravesar el río Jordán.

En ambos pensadores, sorprende la radicalidad del planteamiento religioso. Lejos de la frivolidad y la superficialidad al uso, en la que parece que todo diera lo mismo, en la que da la impresión de que ni el sentido de la propia vida merezca la pena de ser tomado entre las manos, tanto Unamuno como Weil son como un grito en medio de la cultura occidental que reclama el inconformismo ante una civilización que pareciera haberse contentado con no plantearse las últimas preguntas y hubiera optado por vivir en un cierto estado anestésico que no quisiera ver más allá de la verja del jardín de casa, que prefiriera la no-vida, antes que vivirla con el desasosiego, por transitorio que pudiera ser, de vivirla con rigor y autenticidad.

Pero, con ser esto lo más importante, hay otra cuestión, consecuencia de ello, que, a primera vista, resulta quizás más llamativa por contraste. Y es así no porque sea lo radical, sino porque de esa sinceridad vital nace un quedar en una situación contrastante con ciertas frivolidades hodiernas. No se engañaron ni intentaron engañar, ambos veían que sus creencias no eran compatibles con las de la Iglesia Católica y no cayeron en la superficialidad de decir que ésta era una intransigente por no adaptarse a sus puntos de vista; nunca confundieron la libertad de expresión o conciencia con que una confesión religiosa tenga supuestamente que admitir cualquier postura como concorde con su credo.

Recientemente se ha reeditado de Simone Weil Carta a un religioso. En 1942, dejando atrás la ocupación nazi de Francia, la pensadora francesa está en Nueva York unas semanas. Antes de ir a Londres para trabajar en los servicios administrativos de la Francia Libre, la filósofa de origen judío y formación agnóstica no ceja en su búsqueda y envía al dominico Jean Coutier una extensa carta –el texto que reproduce este libro– en la que le expone, esperando de él respuesta, los obstáculos que encuentra para bautizarse y ser católica (p. 15):

Voy a enumerarle cierto número de pensamientos que habitan en mí desde hace años (al menos algunos) y que constituyen un obstáculo entre yo misma y la Iglesia.

No se trata de esgrima teórica o académica, en ello está su vida, pero siente que está también en juego la misma Iglesia y la humanidad (p. 16):

No solamente es de una importancia más que vital, pues la salvación eterna está comprometida ahí, sino que incluso es de una importancia que supera con mucho, a mis ojos, la de mi propia salvación.

En sus páginas se palpa la tensión entre una razón que busca la fe plena y esa misma razón que lastrada por siglos de pensamiento moderno se atora, ora en cuestiones fundamentales, ora en algo en el fondo superficial, ora en un cierto universalismo de corte hegeliano. En las objeciones hay puntos condicionados por los estudios y corrientes del momento; otras que hoy encontramos superadas, pero que entonces parecían insuperables por cierta identificación de la conceptuación escolástica con el catolicismo; mas también hay otras cuestiones que intelectualmente siguen siendo un reto no baladí para la teología y en las que, como veía la propia Simone Weil, está en juego no solamente, con lo importante que esto sea, el destino personal de alguien en concreto. A ellas los grandes teólogos del pasado siglo han dedicado muchas horas, los del presente tendrán que seguir haciéndolo. Acaso la más importante, y que engloba a otras, es la planteada desde Lessing, cómo puede un hecho particular, Jesucristo, tener valor universal.

Éste fue el drama de Weil en sus propias palabras (p. 15):

Cuando leo el catecismo del concilio de Trento, me da la impresión de que no tengo nada en común con la religión que en él se expone. Cuando leo el Nuevo Testamento, los místicos, la liturgia, cuando veo celebrar la misa, siento con alguna forma de certeza que esa fe es la mía o, más exactamente, que sería la mía sin la distancia que entre ella y yo pone mi imperfección. Esto hace penosa la situación espiritual. Me gustaría que ésta fuese no menos penosa, pero sí más clara. Cualquier sufrimiento es aceptable en la claridad.

Pocos meses después, murió en Inglaterra.

 

SIMONE WEIL: CARTA A UN RELIGIOSO. Trotta (Madrid), 2011, 72 páginas.

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