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¿QUÉ TIENEN LARSSON, MANKELL Y COMPAÑÍA?

¿Por qué gusta tanto la novela negra sueca?

¿Cómo explicarse el asombroso éxito que cosecha en España la novela negra sueca? Entre los diez libros de ficción más vendidos en las tiendas Vips de Madrid durante la última semana de noviembre 2009 había cinco novelas negras suecas: tres de Stieg Larsson (Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire), una de Henning Mankell (El hombre inquieto) y otra de Åsa Larsson (Aurora boreal).

¿Cómo explicarse el asombroso éxito que cosecha en España la novela negra sueca? Entre los diez libros de ficción más vendidos en las tiendas Vips de Madrid durante la última semana de noviembre 2009 había cinco novelas negras suecas: tres de Stieg Larsson (Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire), una de Henning Mankell (El hombre inquieto) y otra de Åsa Larsson (Aurora boreal).

Estas obras son una mezcla de periodismo, bestseller y novela negra. Del periodismo tienen el lenguaje coloquial, los detalles realistas y los personajes y acontecimientos extraordinarios; del bestseller, la acción, las historias de amor y el realismo social, y de la novela negra el crimen y su investigación. Con este cóctel, atraen a públicos diferentes: a jóvenes y a adultos, a hombres y a mujeres, a lectores con más y con menos pretensiones intelectuales. Son entretenidas y se leen de un tirón: la gente ansía saber cómo terminan.

Las novelas de Stieg Larsson ejemplifican todo esto que venimos diciendo. En un ambiente social narrado de manera relativamente realista, el autor introduce a un protagonista masculino, Mikael Blomkvist, que es a la vez un héroe y un hombre corriente en los ambientes en que se mueve: periodista de investigación, muestra gratitud a Lisbeth Salander por haberle salvado la vida y se acuesta con varias mujeres, incluida la propia Lisbeth. Ésta, que es la protagonista femenina de la trilogía, se parece a las heroínas de los cómics y los videojuegos: es inteligente, agresiva, fuerte, desconfiada y vengativa. Le caracteriza una estética punk. Por lo demás, los malos de Stieg Larsson son muy malos, pero al final muerden el polvo ante los buenos. Se trata de cuentos de hadas para adultos.

Henning Mankell lleva mucho tiempo publicando una o dos novelas por año, y en El hombre inquieto parece estar despidiéndose de su más célebre creación, el comisario Kurt Wallander, que acaba de cumplir 60 años, tiene diabetes, bebe demasiado, no hace ejercicio y termina siendo víctima del alzheimer. Estamos ante una ceremonia del adiós en la que Wallander se reencuentra con personajes aparecidos en novelas anteriores. También es digna de mención la presencia de la nietecita: Kurt se va, pero los Wallander perduran.

En las novelas de Mankell los malos suelen ser de clase alta, y Wallander es a la vez un héroe y un antihéroe.

Aurora boreal, la primera novela de Åsa Larsson, está ambientada en Kiruna, una ciudad de la Suecia septentrional, donde el invierno está asociado a la nieve y el frío y el verano a las largas noches luminosas. La trama describe el asesinato de un joven pastor de una iglesia evangélica. La investigadora es una abogada originaria del lugar que tiempo atrás se marchó a la gran ciudad. Se nos presenta a los pastores como personas hipócritas y violentas y a los fieles como gente de mentalidad estrecha.

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¿Son novelas bien escritas? Sí. En cierto modo porque parecen sinceras; es decir, nos dan la impresión de estar libres de artificio; de que estamos escuchando a alguien contar una historia. Sin embargo, dejan bastantes cabos sueltos, sobre todo Stieg Larsson y, menos, Mankell. Por ejemplo: uno de los puntos débiles de la trilogía de Stieg Larsson es que no se explica bien por qué se protege al desertor ruso del KGB, Zalachenko. Es una historia altamente improbable. Como también lo es el caso sobre el que pivota El hombre inquieto: un caso de espionaje militar de alto nivel en beneficio de Estados Unidos cuyo propósito no se nos revela. Mankell dedica las páginas finales a denunciar, por boca de Wallander, una tendencia sueca a considerar que el enemigo es la Unión Soviética o Rusia. Si este análisis sorprende a un sueco, mucho más sorprendería a un finlandés, a un polaco o a un estonio, también vecinos de los rusos. 

Los autores más exitosos de esta nueva ola están claramente situados en la izquierda del espectro político. Stieg Larsson murió a la edad de 50 años y sin llegar a ver publicadas sus novelas. En su familia, la política siempre había sido importante. Al principio de su éxito monumental se habló de que quería que su dinero fuera a una agrupación local de la Izquierda Unida sueca y a la pequeña revista en que colaboraba. Después, todo se convirtió en un tira y afloja entre su novia de muchos años (nunca se casaron), por una parte, y su padre y su hermano, por otra; con estos últimos, el escritor tenía poco contacto. La línea feminista de las novelas de Larsson coincide con la del que fuera su partido, que actualmente habla menos de los obreros y más de las mujeres y los inmigrantes. Hasta hace poco, esta Izquierda Unida estuvo dirigida por Gudrun Schyman, que acabó abandonándolo para fundar un partido feminista.

En Izquierda Unida sigue habiendo personas simpatizantes del comunismo. En los libros de Larsson se percibe una fuerte suspicacia hacia las autoridades y las personas influyentes; una continuación de la lucha de clases. Las cifras que incluye el autor sobre el maltrato a las mujeres en Suecia son sorprendentemente altas, y no está claro de dónde provienen. Larsson tenía un interés especial por el nazismo, y varios de sus malvados tienen simpatías nazis. Su crítica no se extiende a otros movimientos totalitarios y violentos.

La historia de Åsa Larsson es la más sencilla. Aquí el foco se sitúa sobre una comunidad religiosa en la que se perpetran adulterios, fraudes fiscales, abusos sexuales y hasta asesinatos. Las actitudes adoptadas por la autora son políticamente correctas.

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La novela negra se ha convertido en una manera de influir en el pensamiento político de los demás. La gente ya no se afilia a los partidos políticos ni va a mítines, pero sí compra novelas de entretenimiento. Y como las compra por decisión propia (y por la publicidad), probablemente se deja influir por éstas con más facilidad. En este tipo de novelas no se ahonda en la descripción y la reflexión, pero sí se da una acción rápida que se entrevera con esquemas políticos que indican cómo interpretar la sociedad. Entre los que han publicado novelas negras en Suecia el año pasado se cuentan un ex ministro socialdemócrata y un ex eurodiputado de Izquierda Unida.

En mis conversaciones con lectores españoles que no conocen Suecia he notado que se tiende a leer las novelas de Mankell y compañía como si fueran reportajes. El estilo periodístico y el lenguaje coloquial contribuyen a apuntalar esta percepción. Además, las novelas son más interesantes que los artículos periodísticos porque están menos fragmentados y contienen más interés humano. También he conversado con españoles que tienen un interés particular por la política que, hartos de oír alabanzas a Suecia durante mucho tiempo, ahora sienten cierta Schadenfreude, una alegría por los problemas ajenos, al ver en estas páginas que no todo funciona bien en el país nórdico. Por lo visto, los lectores no se preocupan por la opinión de los especialistas en literatura que insisten en que una novela es una creación en la que el autor usa elementos de la realidad... y también quita y añade cosas a ésta. Al lector sueco le resulta fácil detectar el elemento añadido; sabe que la imagen que se da de la sociedad sueca y de la maldad de algunos funcionarios es exagerada.

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Estos escritores no han salido de la nada. Hay una larga lista de escritores de novela negra en Suecia, y entre los más exitosos de las últimas décadas se podría mencionar a Jan Guillou al lado de Henning Mankell. Otros autores actuales de novela negra son, por citar sólo unos cuantos, Liza Marklund, Inger Frimansson, Aino Trosell, Håkan Nesser, Åke Edwardson, Arne Dahl, Leif GW Persson y Camilla Läckberg. Algo notable es que muchos de ellos son mujeres, bastantes de ellas relativamente jóvenes. En Suecia, las novelas de entretenimiento solían ser traducciones del inglés, pero ahora se vende mejor el producto nacional.

Volviendo a Jan Guillou, cabe decir que últimamente ha sido objeto de escándalo. Este periodista, que se presenta como la conciencia de la izquierda, autor de libros superventas desde hace muchos años, acaba de publicar sus memorias; pero ha tenido la mala suerte de que un antiguo colega revelara que colaboró con el KGB a principios de los años 70. Según el mismo Guillou, lo hizo para sacar información sobre la manera de trabajar de la inteligencia soviética, explicación que convence a pocos. La apertura de los archivos de Stasi, la policía secreta de Alemania Oriental, ha mostrado que los países del Este priorizaban el conseguir la simpatía de tantos intelectuales suecos como les fuera posible.

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En resumen, el éxito de la novela negra sueca se podría explicar por su similitud con las películas de acción, su lenguaje sencillo, su código moral políticamente correcto y su toque exótico. Por cierto, no todo en ellas es inocuo. Estamos lejos de la época en que la novela negra estaba del lado del Estado de Derecho, los policías eran los buenos y los criminales eran detenidos. Ahora, la estructura de la novela negra se utiliza para cuestionar a la sociedad; en las cinco que he mencionado en este artículo se cuestiona a las autoridades policiales, jurídicas, militares y religiosas, así como a los empresarios. En ellas, o bien se presenta a las autoridades como incursas en comportamientos delictivos, con lo cual se borra la diferencia entre servidores públicos y criminales, o bien los criminales son malvados pero el objeto de la crítica son las autoridades, por su lentitud a la hora de darles caza. El caso es que siempre se critica a las autoridades. La sociedad es más justa, libre y acomodada que nunca antes, pero no está de moda defenderla, sino atacarla. Tampoco acaba de gustarme la facilidad con que estos autores matan a los personajes superfluos al final de sus relatos, y lo interpreto como fruto de un embotamiento del sentimiento normal de horror ante la muerte violenta.

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